El amor no es la ostia, llamemos al 016
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26/11/2008
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Tal día como ayer aparecían, hace poco tiempo y aún no se han borrado todas, unas curiosas y numerosas pintadas por los muros de la ciudad en la que vivo, cuyo nombre no es menester mencionar. Por si las moscas del "honor" ofendido e indemnizable vía judicial (los jueces por lo regular andan más diligentes en los sumarios del honor que por los de los malos tratos machistas).

Las pintadas exclamaban: “¡Fulano, el amor no es la ostia!”

El fulano aludido era y es un relevante político del Partido Popular. Trascendió boca boca el rumor de que su mujer había acudido al servicio de urgencias de una clínica privada por luxación en las costillas. Al parecer, ingresó secretamente dando un nombre falso, aunque uno de los médicos que la atendió la reconocería y lo quiso reflejar en el parte de lesiones. Lo cierto es que el asunto se tappó rápido y de manera eficaz. La víctima de la violencia no presentó denuncia o la retiraría discretamente, nunca se supo. Al parecer, las palizas, cuando el sujeto se empapaba de gin-tonics, eran un hábito. Esa vez simplemente se le había ido la mano. Los abrigos de visón y otros lujosos regalos llegaban luego acompañando al arrepentimiento del día después y ella los aceptaba. Para casi inmediatamente reabrirse el círculo vicioso del ojo amoratado y su disimulo con grandes gafas de sol.

Aunque pija de lujo tradicionalista, esta mujer no pobre consentía su situación por status social y falta de independencia económica. Diferencias de clase social aparte, como tantas otras que soportan y no denuncian a sus agresores. Lo que a menudo les cuesta la vida. Tal y como reflejan las siniestras estadísticas del luto.
Por el momento van 58 cadáveres en lo que va de año, obra de sus compañeros o ex sentimentales. No hay distinción de edad en este fenómeno; hay asesinos jovenzuelos y otros que peinan canas de tercera edad. Da que pensar sobre el grado de locura producido por la testosterona que sale del escroto. Porque lo cierto es que es muy raro el revés de que sea una mujer la que apiole al consorte por engaño o abandono.

El Día Internacional contra la violencia de género. Personalmente, no soy partidario de señalar fechas de calendario para empañar lágrimas de las víctimas de injusticias que en el mundo son. A menudo solo sirven como coartada para olvidarse del problema los otros 364 días restantes, en que esas mismas víctimas moradas por los golpes del cuerpo a cuerpo se desangran en el más sórdido olvido general.
Aún así, algo es algo, a modo de advertencia o llamada de atención. Como se suele decir, menos da una piedra. Aunque está demostrado que las piedras suelen ser menos duras y más acogedoras que el corazón de algunos seres humanos.

Sin embargo, el género no tiene arte ni parte, ni es violento ni pacífico como tal. Son algunos hombres quienes apalean y matan a las mujeres. El sistema patriarcal es el monstruo que las ataca y no el género. Sería bueno, pues, abandonar la mala costumbre del eufemismo que enturbia el lenguaje cotidiano. Alterar el lenguaje es alterar la convivencia que depende del mismo. Y de esos malentendidos brotan muchas veces tensiones y violencias que se enconan sin saber ni cómo.

Ayudar a las víctimas, todas las víctimas, no debe ser cosa de un Día. Animarse a marcar el número 016 todo el año puede significar el número de la suerte, en la lotería de la vida, para una mujer que está siendo torturada por su verdugo de turno. El Día grande de la igualdad llegará cuando todos los hombres que lo son se enfrenten decididamente con aquellos simios que enarbolan su derecho fálico a la posesión que se resume en el barbarismo “la maté porque era mía” y su corolario “antes muerta que de otro”.

Ese irresistible impulso agresor es el mismo que lleva a los mamíferos machos de cuatro patas a mear por las paredes o los arbustos marcando la propiedad. La impronta del semen. Desde el punto de vista antropológico, esos homo ergaster están anclados en un estadio de regresión evolutiva. Son eslabones perdidos pero significativos de la inadaptación de un macho confundido y acomplejado, ante su evidente pérdida de poder y privilegios ancestrales de cazador y guerrero.

Pero hoy puede ocurrir que sea un autocompasivo parado laboral, alimentado por el trabajo de su mujer. A la que ve como enemiga de su propia estima; porque es lo que más cerca tiene su orgullo mal entendido, para señalar su fracaso como heroico cazador de salarios.

Flaco favor o más bien indiferencia persistente tienen las víctimas de la violencia masculina en la creencia católica. Creyentes o no, nos desenvolvemos en el marco de una cultura cristiana. Y la Iglesia católica es patriarcal por antonomasia y tiene la misoginia como dogma por exaltación de la virgen. No solo impiden el acceso de la mujer al sacerdocio, considerándola impura, sino que callan y justifican las constantes evidencias de malos tratos y asesinatos. Propugnan sus postulados un modelo de mujer madre, procreadora, inconsciente, cosificada, no soberana de su cuerpo y que se quede en casa con la pata quebrá, como propugnaba el viejo régimen al que tanto añoran sus jerarquías.

Y el Islam que viene pretendiendo imponer la ley de la sharia es aún peor.

Desde luego, poca humanidad se desprende de la atávica opinión del arzobispo de Toledo. Sumido en plena albañilería metafísica, el purpurado Cañizares ha llegado a la peregrina y desalmada conclusión de que “la lucha por la igualdad es la revolución más perversa del siglo”. Si yo fuera mujer no iría a misa. Y menos si es una misa toledana.
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