Sobre ruedas |
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12/11/2008 |
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No hay más que ver cómo van las masas por las carreteras para colegir que este mundo no tiene fácil remedio.
Hay quien no parece darse cuenta, tan rutinario y obtuso es su comportamiento, de que un coche es un medio de transporte pero también un arma letal en malas manos. En pleno tráfico, la creencia general es que los accidentes solo les pasan a los otros porque son menos hábiles que uno. Las estadísticas de muertos y lisiados de por vida no surten efecto.
La necesidad de invertir en obras públicas hace del estado un alcahuete de la muerte. Las redes viarias son pistas de aceleración hacia el más allá. Medidas hipócritas de limitación posterior intentan disminuir el número de ataúdes. En cambio, con la coartada de la innovación tecnológica, la industria compite produciendo modelos cuya potencia no tiene límites. Su publicidad apela al triunfalismo pornográfico y a la liberación del comprador por la vía de la velocidad. Sensación de poder en el tubo de escape.
Cautivados por los slogans que ofrecen la plenitud de los sentidos y masturbaciones diversas, los conductores circulan como poseídos por el síndrome de la impaciencia. Los más febriles incluso tocan frenéticos el claxon para empujar a aquellos que van más despacio que ellos.
En esto de pisar el pedal del gas no hay distinción de sexos. Deprisa, deprisa. Hubo un tiempo en que a las mujeres del volante se las ponía como ejemplo de prudencia. Ahora esta antigua cualidad está mal vista. Han decidido competir con los machos en habilidad agresiva como asas del volante. El control de la máquina. El dominio de la potencia y la atracción por la tracción.
Abandonado el aprendizaje y el placer de la lentitud, ellas y ellos surcan el asfalto como una exhalación que no deja pensar en nada más. La mayor parte de las veces se introducen en el interior de la hojalata sin tener que ir a ningún sitio. El coche hace tiempo que es un fin en sí mismo y un reclamo infantil de color.
Cuando niños jugamos con coches desde fuera y de adultos seguimos jugando a conducir desde dentro. A menudo el automóvil es un ensimismamiento para corazones solitarios, desesperados y a veces protosuicidas.
Se entiende que en el espacio galáctico sea importante el factor velocidad, dadas las inmensas distancias entre los astros. Surcar la materia oscura del universo a la velocidad de la luz es un intento de anular la dimensión del tiempo y así llegar a tiempo. Pero lo que parece absurdo y trivial es ir a tomar unas tapas a una ciudad cercana rodando a 200 kms por hora. Esa falta de lógica es una pulsión del sincerebro.
El dilema es qué hacer para paliar esta epidemia. Si se opta por medidas educativas, demasiado largo tiempo para calar en las conciencias. Demasiados muertos entretanto. Pero si se utilizan métodos represivos, los preferidos por los recaudadores oficiales, se invita a un frenético desarrollo de trucos para librarse del castigo. A la par que aumenta el placer de desafiar lo prohibido. Difícil solución o imposible tal vez. Sigamos matándonos. |
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