La Bolsa o la vida |
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16/10/2008 |
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Las hojas muertas caen en estos días desde los árboles del otoño al mismo ritmo fatalista y marchito de las empresas caducadas por la crisis del capital. Caen de todos los tamaños; grandes, pero también medianas. Consorcios y corporaciones que se fiaron de la inmortalidad de un sistema que prometía proveer eternamente de huevos de oro. A cambio de inversiones arriesgadas con eterna fe en la divina providencia.
Es tiempo de crisis con mayúsculas; aunque la madre naturaleza tiene por costumbre renovarse cada primavera, si la deja el hombre. Sin embargo, las empresas clausuradas pasan a ser pasto de buitres. Y las campanas suelen tocar a difuntos, como preludio de desgracias y persecuciones expiatorias del mal fario.
¿Habrá primavera para el capitalismo caído? No debería ser renovable lo que es por esencia destructivo. Aunque siempre se puede huir hacia adelante con testarudez incorregible. Incluso sin brújula ni compás.
Hasta tal extremo se ha secado la savia del neoliberalismo global que no hay jornada bursátil que no se asemeje a un circo, en el sentido más folklórico y arbitrario. Ya nadie fía a nadie y nadie se fía de nadie. Se han encendido las luces de emergencia y todo ha derivado en un funambulismo financiero que se conforma con no caer en el vacío del caos total. Sin red.
El mayor espectáculo del mundo está servido en estos días que transcurren tristes para el negocio del consumo masivo. El circo Mundial de las Finanzas ya llegó. Su carpa hecha jirones se ha instalado en el parquet de las Bolsas. Por allí se mueven los funámbulos, contorsionistas, payasos de nariz mentirosa, trapecistas, domadores... todos ellos, encorbatados artistas del desplome y los números quebrados de una ruina sin piedad. Sálvese quien pueda.
No hay día sin triple sobresalto mortal. Pero ya no es factible salir del colapso como antes, con una guerra mundial que reactive la economía. Dados los arsenales de destrucción existentes sería definitiva. Los conflictos locales, aunque mantenidos en permanente ebullición, se han revelado insuficientes para alimentar el tren de vida y la estabilidad del monstruo. Ello no impide que siga acarreando sus históricas e innumerables injusticias de todo orden, siempre haciendo gala de una histórica crueldad contrastada con sangre y dolor sin tregua. Miserias asesinas, guerras productivas, golpes de estado, torturas guantanameras y un infinito pandemónium están incluidos en la contabilidad de este sistema que adora al becerro de Oro. Sobre todo y por encima de todo.
Por cierto, toda la vida oyendo a los clásicos teóricos de la izquierda su vaticinio recurrente, sobre el capitalismo en crisis permanente, y ahora que se plasma de verdad, en todo su esplendor y sin ahorro de contradicciones, es como si la izquierda estuviera muda y sin zapatos ni consignas para salir a las calles. ¿O es que, fuera de los juegos de oficina y las tertulias, la izquierda real y operativa ya no existe? Alguien debería recoger los cascotes.
Los banqueros insinúan o amenazan con que quizá no puedan devolver los ahorros de sus clientes. Responden a la confianza depositada con una falta de fondos y una apropiación inexplicables. El corralito argentino fue un presagio inatendido por los observatorios. El optimismo es una liturgia que deslumbra hasta la ceguera.
Ante el crudo escenario del caos en Wall Street y en el resto de las Bolsas, la izquierda oficial se muestra temerosa y aquiescente con los parches del remedio contra el temblor financiero. Vivir para ver. Las arcas públicas del Estado alimentando a una banca privada en bancarrota. El mundo del revés. Toda la vida soportando las monsergas de los santones del liberalismo a ultranza acerca del intervencionismo público en la propiedad privada. Y luego que se les deja solos con su avaricia, se despeñan y piden árnica de malos modos. Amenazando con sansonadas bíblicas.
Las cifras en rojo evocan el fantasma del crack de 1929, cuando las uvas de la ira y las cazas de brujas purificadoras. Entonces, como ahora, había que quemar disidencias y anular heterodoxias. Elevar densas cortinas de humo en exorcismos desorientadores de los hechos.
En este momento, como en todo tiempo del dinero de ala caída, vuelve a resucitar el piojo negro del fascismo. Esta vez el chivo expiatorio es la inmigración. Como si no fuéramos todos emigrantes por el camino de la realidad desde el momento en que salimos del útero.
Poderosos condicionantes impiden, incluso en épocas de crisis crucial como la presente, romper la cáscara cultural caduca. Se impone siempre una gatopardiana vuelta a empezar lo mismo, con la redundancia en disciplinas conocidas. Palo, zanahoria y miedo son los ingredientes que obligan a aceptar la evidente falta de Lógica en nuestro modelo de vida.
El sistema neoliberal hace aguas y naufraga entre estertores macroeconómicos y fútiles declaraciones de los “expertos” a la prensa, en un intento desesperado de ganar tiempo y volver a flotar. Pero el tiempo ya no es oro como antaño. El tiempo son residuos de banquete especulativo pantagruélico y vasos rotos de un capitalismo beodo. Una basura sobrevenida desde que el dinero no es una moneda de cambio, sino dígitos bailarines en las pantallas de la ficción materialista.
Recuerdo que cuando era niño llegaban circos de tanto en cuanto a la ciudad de Tor, donde vivía. El más espectacular de todos era sin duda el Circo Americano. Era enorme y siempre lo tenían que instalar en las afueras. Carteles de colores pegados en las paredes de todas las calles, banderas de barras y estrellas, desfiles con fanfarrias al estilo de las majorettes yankis, promesas de emociones del pasen y vean el más difícil todavía.
El circo era fantasía. Los ojos de la imaginación se abrían aún más cuando el niño constataba que muchos de los carromatos del convoy contenían jaulas con animales increíbles: leones, hipopótamos, elefantes...un sueño que se podía tocar, naturalmente pasando antes por la taquilla.
Jamás pude sospechar entonces que volvería a vivir una segunda versión del Circo Americano. Esta vez sin ningún elemento mágico, al aire libre y sin carpa. Las fieras lucen chaqué. Banderas y fanfarrias patrioteras en respuesta al enigmático ataque del 11 de Septiembre, desfiles de marines mortuorios por Iraq y Afganistan, la ultraderecha en el poder de la tienda y la trastienda. La acelerada e impasible ruina ecológica del planeta. Y, finalmente, la hecatombe financiera del año 2008.
Pasen y vean el mayor espectáculo del mundo. La banda sonora no puede ser otra que la apocalíptica canción “The End” de The Doors.
Vestido con chistera y entorchados, como si fuera el ordenanza de cualquier banco, el presentador solicita silencio. El dramático redoble de tambor suena como un trueno en la boca del estómago. Es el momento de la máxima emoción. Unos ríen con carcajada histérica, otros se mesan los cabellos. Ante nuestros ojos atónitos se está desarrollando el mayor de los desmoronamientos. Es el número del fin de los números de la especulación capitalista. El precipicio sin par. La ruina.
Aunque no peligra nunca la existencia de los protagonistas: los banqueros gozan de la impunidad de ser los amos del mundo. A su merced como están los gobiernos, se apresuran a ejercer de bomberos alucinados, acuden temerosos al rescate de las entidades de la trapisonda usurera. Nadie se organiza para protestar contra la gigantesca manipulación. Los sindicatos callan y justifican. En el aire flota la aquiescencia y el fatalismo ante los hechos consumados de la farsa.
En el ambiente oficial hay pánico al crujido de las vigas maestras que sostienen el entramado. Con el supremo chantaje de la quiebra, se decide gastar el dinero de lo ahorradores...para que no se volatilicen sus ahorros. Ningún atraco de guante blanco puede ser más perfecto.
¿Dónde están esos fondos que los corsarios del capitalismo acumularon en los años atrás de las vacas gordas, cuando se pasó de rosca el grifo de las plusvalías? ¿Qué han hecho con la pasta gansa que chuparon durante el tiempo de la sal gruesa y sin control? El ladrillo que destrozó paisajes y las hipotecas que endeudaron familias eran el jolgorio capitalista de la banca. No había límite en la competición desaforada por los pingües beneficios inmobiliarios. La caja fuerte A y la caja fuerte B estaban repletas. Ahora se encuentran vacías de reservas como por arte del trile.
Las superlativas medidas de seguridad bancaria hacían poco frecuentes los atracos desde el exterior y a golpe de pistola, pero se ve que eran de gran fragilidad puertas adentro. El dinero de los ahorros lo han volatilizado los que tenían las claves y los códigos internos.
Es ya proverbial que no hay nadie más despiadado que un banquero. Es un arquetipo de la falta de humanidad. Son sumos sacristanes en la iglesia del Dinero. Amparándose en las cifras de resultados, ejecutan con predadora frialdad medidas que suponen la ruina y el desahucio de las gentes que no pueden pagar préstamos abusivos.
En su obra “La doctrina del shock: el capitalismo del desastre”, Naomí Klein afirma que ni ésta crisis ni ninguna otra son casuales. En su afán de ordeñar los recursos planetarios hasta la última gota, los amos del mundo propician e incentivan desastres, colapsos y hecatombes para sacar tajada acudiendo como salvadores benéficos. A un alto interés, naturalmente. Así se promueve el mercado de armamentos en países que no tienen ni para comer; pero que pueden pagar implantando cultivos agrarios transgénicos con jugosas patentes o almacenando en su geografía residuos radiactivos de alta actividad, o suministrar a precio de saldo el coltán imprescindible para los artefactos de las florecientes telecomunicaciones...Y así.
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