En torno al medio ambiente |
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06/09/2008 |
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No es ninguna novedad que el sistema capitalista es lo más parecido a un cerdo. Lo es en su comportamiento, aunque no en los resultados. Ambos comen de todo y son insaciables. Pero, tras la fagocitosis y el consiguiente engorde, uno ofrece jamones y el otro desastres y facturas.
La cosa es vender lo que sea y como sea. Últimamente le toca el turno de uso y abuso a la etiqueta medioambiental. En manos de la publicidad, el medio ambiente sirve lo mismo para planchar un huevo o freír una corbata. O sea, vender “coches ecológicos”, justificar el uso de la energía nuclear por su “limpieza”;o matar de hambre a medio mundo, aduciendo que la explosión demográfica arruina el planeta.
Hay incluso quien hace carrera política en puestos titulares de medio ambiente y sin miedo alguno a las paradojas. Mucho menos al ridículo: desconocen de que se trata.
Por ejemplo en Santander. En esta ciudad que queda al norte de España y es la capital de la Cantabria Infinita, ejerce como concejala de Medio Ambiente y Biodiversidad, por el Partido del Palo (PP), la responsable de la tala indiscriminada de más de 400 pinos piñoneros perfectamente sanos. Tenían estos árboles inocentes sus raíces puestas, desde hace décadas, en la avenida del escritor republicano Benito Pérez Galdós. Es la avenida de los ricos. Allí tienen sus cimientos, entre otros mileuristas, una familia de financieros internacionales con apellido de atraco.
Claro que el absurdo no tiene por qué tener límites en su magnitud ni en el tiempo de exposición. Es su privilegio etimológico. Pero lo cierto es que ya creíamos olvidados los primeros tiempos de gobiernos de la Sagrada Transición; cuando la también santanderina ministra medioambiental, Isabel Tocino, confundía la velocidad con las hebras de su apellido y agrandaba el agujero del ozono con la laca contaminante de sus espectaculares cardados de peluquería.
Solvay es una poderosa multinacional química que ostenta la ISO-14001; label de la UE para empresas que cuidan el entorno, a pesar de las graves poluciones submarinas que vierte a diario en las aguas del mar Cantábrico. Ahora el departamento de Medio Ambiente y Biodiversidad del gobierno autonómico, acaba de hacer público su nihil obstat para la construcción, en plena zona urbana de Torrelavega, de una potente macrocentral térmica. Hubo manifestaciones ecologistas y miles de firmas en contra de los ciudadanos de esta comarca industrial, con atmósfera ya muy enrarecida. Nada que hacer. Los intereses superiores priman sobre la salud de la población. Al fin y al cabo para algo están los hospitales. Para usarlos.
Cantabria Infinita es un territorio ideal para este tipo de industrias. Su monocultivo tradicional, la vaca lechera, está de capa caída desde hace tiempo. Apenas si se oye algún tolón, tolón disperso en la lejanía de las montañas. No sabiendo qué salida dar a los prados vacíos de ganado, las autoridades improvisaron y han propiciado un exagerado monocultivo del ladrillo especulativo. Ahora, como no caben más urbanizaciones en la costa y la burbuja inmobiliaria ha estallado, es el momento estelar de la energías.
Sin dudar del talento político, ampliamente demostrado por parte del gran jefe Revilluca, su capellán ideológico Marc Ano y adláteres, osamos profundizar en la línea de futuro emprendida por ellos con cósmica seguridad en sí mismos. Aparte de seguir protestando energicamente ante Zapatero Pastel (ZP) por no traer a esta región el Tren de Alta Velocidad (TAV), cuando arrecian las protestas en el País Vasco por el destrozo ecológico que supone esa obra, solicitar la creación de una planta nuclear de nueva generación. Sobre todo ahora que el gobierno se ha decidido a prorrogar una década los viejos ingenios existentes, por carecer de mejores alternativas para los accionistas de Endesa y los demás emporios eléctricos.
Al mismo tiempo, para aprovechar el terreno y abaratar gastos de transporte, se puede ubicar en la misma Cantabria Infinita y Costumbrista un cementerio nuclear. El Cabril está saturado y nadie parece predispuesto a una vecindad así de fea. Como es sabido, hace tiempo que el gobierno central busca otro emplazamiento. La ubicación garantizaría tener una alta actividad durante las próximas generaciones. Por esa razón seguro que, al igual que en el caso de la central térmica de Solvay, el gobierno autonómico de las ex vacas y de los ex ladrillos, velando como vela por el bienestar económico de sus votantes, ve con buenos ojos esta oportunidad. Todo sea por los puestos de trabajo. Empresas auxiliares de fontaneros, albañilería, instalaciones eléctricas, seguros, notarios, agentes de la propiedad ahora arrollados por la crisis del sector inmobiliario con símbolo en el Alto del Cuco, se podrían reconvertir al átomo y volver a prosperar. Todo sea por el progreso y el folklore subvencionado. A lo alto, a lo bajo, a lo ligero y a lo pesao.
En las primeras piedras de estos ambiciosos proyectos se podrían bailar unos picayos a cargo de los grupos de coros, danzas y gaitas locales, ante el vino español y los rostros autosatisfechos de los políticos. Por el deber cumplido. Luego, olla podrida y abundante orujo. Manera de abandonar un presente azaroso y dar la bienvenida a un radiante futuro.
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