En el abrevadero |
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04/08/2008 |
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En su magistral poema “El don de la ebriedad”, Claudio Rodríguez fue mecido por las musas de la inspiración entre vapores iluminados de vino. Transformó en belleza, con la sensibilidad alumbrada de su talento, la frecuencia de su paso por las tabernas populares madrileñas.
Lejos, muy lejos, a una sideral lejanía queda la general borrachera de los aburridos hijos de la clase media tontorrona y desparramada.
Embruteceos y todo se os dará por añadidura.
Atraviesas las líneas fronterizas de la lucidez y te das de bruces con la publicidad de las botellas. Entra en el Club 43 del licor. Famosos actores anuncian con su caras que son dewaristas. Qué bien. Esto promete: Estamos en España. Este es el país europeo con el alcohol de marca más barato del mundo. Un reclamo turístico. Si quieres mamarte aquí estamos. Bebe con moderación, pero tú bebe; no hay otra cosa mejor a tu alcance; aunque si te pasas de rosca no nos eches la culpa. Beber es tu responsabilidad. Nosotros sólo ponemos la priva a tu disposición si puedes pagarla.
Conversaciones que oyes al vuelo por la calle, como ésta entre gente menor de edad. Por ejemplo:
-No veas el pedo que nos agarramos anoche. A X. le dio llorona y L. vació la pota hasta el biberón. Nos lo pasamos de puta madre. Esta noche hemos quedado otra vez para hacernos unas botellas.
Las masas famélicas de sangría invaden con sus ruidosas hojalatas de ruedas hasta los lugares secretos donde antes residía una tranquilidad ecológica. España entera se va de borrachera y no sabe ni lo que dice ni lo que hace entre tanto desconcierto. Ya lo dijo el otro: lejos de mi el nefasto vicio de pensar. Es mejor caminar por el mundo con un cráneo de maraca o cabeza de sonajero.
La España de bandera no lee un libro ni borracha, las páginas llenas de letras dan dolor de cabeza. En los bares los vasos llenos por el día y de noche en las playas del botellón. Nada mejor que hacer para darse ánimos. Mientras nuestros deportistas de élite triunfan por el mundo, aquí se practica el deporte gritar en la noche y dejar rastros de mierda por doquier con el consentimiento de la autoridad competente. Hay que hacer caja. Zarzuelas de envases vacíos, meadas, deseos interrumpidos al traspasar la dosis que va de la gracia a la baba. Como con cualquier otra droga, cogerle el punto al alcohol requiere su gimnasia y considerable persistencia. No fue un buen ejemplo Noé el del diluvio universal.
Playas y priva a discreción son el imán turístico de fondo. Lo demás son fuegos artificiales para adornar la curda y motivar al visitante, agitarle de acá para allá para darle sed y que se deje los euros en la hostelería. Al tiempo que se vacían los frascos se ahuecan los bolsillos. Hay priva en toda la esquinas y para todos los gustos y estamentos sociales. Se mezclan bebidas pero no conviene mezclarse. El vodka señorito y el whisky pijo tiene sus reservas espirituosas acotadas, al igual que lo están los territorios de litronas; mientras el Don Simón del brick se escurre por las perneras marginales de aquellos a los que ha hecho polvo la vida y se les lengua la traba, en las puertas de la iglesias.
En los carnavales se bebe, en los Festivales del mundo entero se bebe, en la misa cristiana se bebe la sangre de un Cristo crucificado. Bebiendo se busca trascenderse uno mismo, salirse del molde, romper con el corsé educativo. Desde donde alcanza la memoria el ser humano ha utilizado el alcohol para ponerse a tono en las ocasiones o como arma de conquista. Aunque en estos momentos de la civilización se bebe cada vez más por beber, para soportar la vida.
La conquista del ser que se desea o la conquista del oeste. Puntos de convergencia en la conducta atrevida y falta de delicadeza, directamente irrespetuosa o violadora. Después de unos cuantos tragos, todo es cuestión de eliminar vergüenzas y actuar sin escrúpulos.
Una vez bautizado con el nombre de América, hasta aquel vasto continente antes virgen llegaron en masa oleadas y oleadas de piojosos e indeseables con la avaricia por emblema. Eran excedentes de la cristiandad europea que nadie quería en casa.
Como buenos samaritanos, enseguida aquellos rostros pálidos se pusieron a destilar licor de garrafa para dárselo a conocer a los nativos. Los nativos, antes de la invasión de los luteranos con su whisky matarratas, sólo bebían agua de ríos cristalinos, cazaban bisontes y fumaban yerbas en la pipa de la paz o masticaban hongos alucinógenos y trascendentes. El “agua de fuego” les ponía ciegos del entendimiento y diezmó su resistencia. La eficacia del rifle de repetición Winchester-73 y la Biblia hicieron el resto del genocidio. A los naturales que sobrevivieron a las balas y al whisky se les arrancó la conciencia nómada de pertenencia a la madre tierra. Se les apartó en reservas. Se les concedió la libertad para emborracharse hasta el fin de sus días.
Y sí sucesivamente.
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