Refugiados |
 |
08/04/2008 |
. |
Dedicado a mis amigos los refugiados saharahuis, que llevan 32 años como 32 soles de paciencia en las jaimas del viento abrasador en Tinduf, combatiendo traiciones para regresar a las tierras de sus antepasados. Algún día. Ojalá. Algunas de estas líneas fueron escritas hace quince años, tras mi visita a los campos de la pétrea hamada argelina. En esa especie de nada menos cero el tiempo está arrestado, para permitir los odiosos cabildeos de la geopolítica.
¿Qué es un refugiado?
No es ociosa ni frívola ni retórica la pregunta. Leemos mucho y muy a menudo acerca de ellos porque abundan en demasía por las cuatro esquinas del Tercer Mundo. Son como mareas de fantasmas de sonidos guturales, masas de sonambulismo cuyo destino es desplazarse huyendo de acá para allá por los paisajes de la calamidad. Son las víctimas propiciatorias de las catástrofes ecológicas, o bien de la violencia de los señores de la guerra. Huyen del hambre y de los bombardeos imperiales. Huyen del tenebroso rumor de la codicia. Sabemos que existen y que son seres humanos porque se asoman a nuestros ojos en los telediarios del sofá, suelen ser titulares del periódicos del café mañanero y con harta frecuencia vienen reflejados en las exposiciones del concurso World Press Photo.
Así pues, registramos su existencia en nuestra memoria, están ahí fuera, pero en el fondo los ignoramos porque la magnitud de su tragedia nos sobrepasa. Y, cuando algo nos sobrepasa, no gusta nada esa sensación. Lo rechazamos para colocarnos en el papel de simples espectadores, un balanceo entre que nos da igual y aspirar a que las cosas se arreglen por sí solas. Mientras tanto eso sucede o no sucede seguimos a lo nuestro.
El refugiado es: Una especie de árbol sarmentoso trasplantado en la nada y a merced de los elementos. Un ser al que le arrancaron un día las raíces de sus orígenes, por la fuerza del terror armado, la mentira de las promesas incumplidas o la estafa de unas componendas entre poderosos. Un refugiado es alguien que, aunque a duras penas, afronta el cada día en los límites de la supervivencia. Cada pueblo desplazado a la fuerza significa un solemne y trágico fracaso del hombre. Cada campo de refugiados es como un naufrago navegando a contracorriente de la historia, construida sobre intereses creados y no basada en motivos humanitarios.
Para los refugiados del mundo se crean territorios inhumanos donde habita el viento traicionero, el frío gélido o el horno de los grados insoportables: la enfermedad y la desesperanza, nutridas por el tiempo que transcurre sin solución y sin noticias de seres queridos dejados atrás. Desaparecidos o muertos. Los campos de refugiados son siempre un abecedario de calamidades, un inframundo deliberadamente olvidado por el planeta del bienestar, un vertedero de la historia donde el Gran Mercado deposita a aquellos seres molestos para sus intereses. En principio son siempre provisionales, pero en realidad terminan haciéndose perpetuos y pasto del olvido. A lo sumo que pueden aspirar sus habitantes es a ser noticia de medio minuto en algún telediario, cuando se produce una masacre u otra convulsión. Un genocidio es noticia, pero los campos de refugiados no lo son en sí mismos por muchas calamidades que atesoren en su monotonía desalmada.
Por otra parte y gracias a nuestra educación, a menudo resulta difícil identificarse con alguien estéticamente desconocido. Si ya es improbable meterse en la piel de un prójimo de color blanco con problemas, cuánto más lo será ponerse en el lugar de pieles y estéticas de otros colores y costumbres ajenas. La educación recibida, llena de partículas de reticencia, pesa como una losa de ida y vuelta racial.
En los campos de refugiados están plasmados los pómulos de la Historia: capturada, desnuda de entusiasmos, descarnada en sus conflictos y absurda en sus injusticias. Historia que, más que nunca , es avezada amazona de ese archiconocido hipódromo donde galopan los cuatro caballos del Apocalipsis: “Hambre”, “Peste”, “Guerra” y “Muerte”.
|
. |
|
|
|