Ritos |
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04/03/2015 |
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Por alguna extraña razón, los seres humanos corrientes padecen periódicamente una amnesia o bien una ansiedad pantagruélica de mitos que altera sus meninges. Esta insistente anomalía les permite tragar lo suficiente como para desplazarse desde su cueva hipotecada por la banca y depositar un papel doblado en una urna. Con ese acto aspiran a cambiar las cosas del abuso de la autoridad y demás anécdotas que son la sal y la pimienta de los días. A ese fenómeno trivial, desprovisto de huesos, espinas y otras sustancias fundamentales, se le llama democracia. En su desnudez de instrumento espartano, sin matices, la democracia sirve para lo mismo que una llave inglesa: apretar las tuercas que exprimen los limones de la existencia.
Acudimos a las urnas con la ilusión de un condenado a vivir al día toda la vida. El entusiasmo no entra en el convenio.
En los clasificados cajones de la memoria solitaria y quizá colectiva se devanan y apilan los acontecimientos. Apenas si alcanzamos a acumular y retener una mínima parte de la avalancha. Las oquedades se nos vienen encima como un alud de nieve. Apenas hay significados, avasallados por el ruido comunicativo. Hace ya mucho "vietnam" que arriba aprehendieron aquello de que el exceso destruye la curiosidad, amansa los movimientos y ralentiza las esperanzas.
Todo esta dirigido para entretener. Pasatiempos. Matar el tiempo. Pero si matamos el tiempo ¿qué nos queda? Probablemente, una urna crematoria. Quizá triste ceniza de utopía; deconstrucción del humor, siempre, cómo no, en nombre del amor. El amor es esa congestión sentimental que se persigue, como un conejo la zanahoria.
El inconfundible aroma del guano invade los canales de la respiración al compás de la normalidad. A estas alturas del discurso lo mejor que se puede conseguir con suerte es un placebo de realidad. La realidad no se sabe lo que es, se ha perdido la perspectiva. Nos adaptamos constantemente a un simulacro.
Intentar averiguar lo qué hay de esencia dentro de una urna siempre ha sido un juego peligroso o cuando menos inútil.
En el ámbito de la actualidad, para hacerlos más atractivos y comestibles, los días del calendario corriente se entrelazan con nombres y sumarios, nepotismos y pústulas diversas. Gürtel. Gang, Nepot, y así.
No sé si puedo perdonar que me roben o que me ultrajen de las mil y una maneras que inventa la propaganda dispersa. Lo que no puedo perdonar es que hayan convertido la vida en una solemne ceremonia del aburrimiento.
El aburrimiento es el padre de todos los convencionalismos, incluidos las guerras, el consumo acéfalo, la caza o el afán de lucro. El aburrimiento es agua muerta, tiempo perdido de antemano, ceguera. Ritos.
Y, mientras nos enfangamos en los ingenios de la banalidad, la secreta belleza del planeta nos dice adiós todos los días. |
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