El inexorable cadáver de Botín
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10/09/2014
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Botín ha muerto y es un palo para la Marca España. El corazón ha traicionado a “Don Emilione” Botín, el prototipo de banquero sin piedad ni límites en la labor de usura; lo único que no pudo comprar, la víscera principal y más frágil de los ejecutivos agresivos, no resistió tanto trajín y tan ambiciosa y frenética actividad. A la vista de su trayectoria, morir de un ataque al corazón no deja de ser una suprema ironía. Mucha gente que lo conoció, de cerca o de lejos, llegó a sospechar que no lo tenía. Y que en ese espacio intercostal lo que había realmente era una caja registradora de dividendos.

Las lágrimas de cocodrilo de todos aquellos satélites y rémoras que se arrimaron a su vera inundarán el féretro. Algunos otros habrán salido disparados urgentemente hacia Suiza, para hacer comprobaciones de última hora.

Especialista en zafarse de la acción de la justicia a golpe de teléfono a las más altas instancias de este país de marimorena, Botín deja un grueso botín amasado sin ningún escrúpulo ni reparo en la moralidad. Ese no era su alfabeto. Su diccionario de uso era más bien el del beneficio a cualquier precio. Otra de las destacadas virtudes del magno personaje era su acerada arrogancia.

Indudablemente, todo lo concerniente a la sucesión, "todo", lo habrá dejado “atado y bien atado”, como enseñó el gran maestro gallego del Valle de los Caidos, Pero a veces, solo a veces, el destino es cruel con los muy ricos. Emilio Botín no ha podido ver terminado su sueño más faraónico: El Centro Botín de la Cultura.

Para enclavar ese mamotreto paralelepípedo de jabón lagarto que desfigura agresivamente el perfil portuario (aunque, eso sí, con coartada de firma ilustre Renzo Piano), Botín quebró todo el ordenamiento urbanístico con el manifiesto fin de invadir y privatizar los muelles de la bahía de Santander y del Santander.

Para ello no tuvo que trabajar mucho. Solo una ligera labor de seducción a unas autoridades locales febles y entregadas de antemano. Emilio Botín era el Poder. Y además, el banquero ilustre era Hijo Ilustre de la ciudad de Santander y también de Cantabria, amén de otros títulos distintivos. "Sic transit gloria mundi".

El avispado prócer se había percatado de que, en estos tiempos sin brújulas claras y mucha niebla errática, la Cultura elitista, la universidad y el ocio son un filón de oro en la sociedad del aburrimiento programado. Así pues, firmó múltiples acuerdos con los rectorados de medio mundo para “gestionar” sus recursos, ergo carnés de estudiantes que son una tarjeta de crédito del Santander...etcétera.

Fieles a la tradición hipócrita católica, ahora se abre una competición para pergeñar la más llamativa hagiografía del personaje y su familia santanderina. Se puede adivinar el incienso de los adjetivos superlativos sin esfuerzo: benefactor, renacentista, filántropo...Aunque se callarán los epítetos más siniestros. El "todo" Santander, el Santander fagocitado por el banquero en permanente busca de pedigrí y orígenes de brillo, está de luto.

Por el contrario, sus numerosas víctimas se acogerán con alivio al viejo y sabio proverbio árabe que dice: “Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo”.
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