Aún más desasosiego
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18/03/2008
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(...)“En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a estúpidos, a los insensibles y a los agitados. El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad y la hiperexcitación”.
Frases como estas, medicina y antídoto contra el veneno común de la idiotez, las destilaba el poeta Fernando Pessoa, grande entre los grandes alquimistas de la palabra cabal, en su obra “Libro del desasosiego”.
El manuscrito se sitúa entre los años 1913-34. Desde antes de entonces, la Humanidad increíble no ha dejado de caer, hacia lo más hondo del pozo de la iniquidad y la grandilocuencia. Y sigue cayendo sin remedio, refocilándose en la ciénaga definitiva de una soberbia demencial. No hay peor tonto que quien no se percata de que lo es. Al no albergar ninguna duda en su idiosincrasia está persuadido de sí mismo y es un ser temerario.
Así pues, bienvenidos a Malpaís, donde el aire huele a desconcierto permanente y a analfabetismo funcional, consentido y estimulado desde las lejanías de arriba. Sus habitantes están en la era de bronceado, la cirugía plástica neumática y el moderado suministro de estupefacientes. Superficialidad y evasión obnubiladas y con garantía comercial. Aún así, nadie parece conforme con su cuerpo. Tampoco saben qué hacer con con su alma trascendental. Ello les aboca de manera inexorable al consumo de variopintas religiones.
El caso es que, cuanto más lo combaten, más el aburrimiento los asedia. Este ataca en cuanto los cuerpos se quedan quietos por un instante. Es entonces cuando no saben adónde dirigir las manos. Tampoco aciertan a serenar su mirada; ni en los ascensores ni a la intemperie de una esquina.
Entre sus hábitos está usar la tecnología avanzada como muleta para apoyar inseguridades y patologías ocultas. Más débiles y vulnerables cada día, sacan compulsivamente el fonomóvil con gesto drogadicto. No importa cuándo y dónde. Lo abren por necesidad de comprobar si alguien se acuerda de ellos. Marcan llamada para imponer su voz a otros, aún sin nada que decir. Salir del anonimato de seres anónimos parece un imperativo categórico y urgente del que se nutren los canales de televisión. Son esclavos de un movimiento continuo, científicamente imposible. Aunque las leyes de la Física nunca tienen en cuenta los parámetros de la desazón.
A cada tiempo le corresponde una estética exterior. Una piel como envoltura del alma y unos brebajes de moda. Cuando el Romanticismo, sus personajes desayunaban vinagre con el fin de lucir una palidez extrema. Gótica. No sé si un humor avinagrado acompañaba a esos tragos. Aquí y ahora, una vez practicada con éxito la lobotomía del humor irreverente, así como también trepanado el sentido del absurdo, la Humanidad queda reducida a un censo de seres básicamente lineales y alienados.
El humor en Malpaís es una especie rara: habitualmente se fumiga con eufemismos y otros equívocos deliberados. No suele prosperar en terrenos de incultura soez, pero puede brotar resistente en los pedregales de intolerancia. Los que brotan sin cesar son los malentendidos, zarzas florecientes que crecen y se ramifican hasta el infinito. Su corolario más vistoso resume toda una conducta de la desconfianza paisana: Piensa mal y acertarás.
Así que: Discordancia equivale a ataque. Finta táctica a resultado estratégico. Sentirse violento a ejercer violencias. Crítica a falta de respeto. Engaño a salirse con la suya. Fosas comunes a huesos en olvido. Modernidad a claudicación de ideales. Política a pasteleo de pose fotográfica. Justicia a impunidad. Trabajo a explotación. Orden a opresión. Libertad a estímulos Paulov... Y de esta guisa, siempre giraremos freneticamente como perros histéricos persiguiendo su rabo. En tamaña ceremonia de la confusión la lógica es una extraña. Razonar es inútil mientras siempre sobresalga en cada reunión humana quien más grita, rebuzna o amenaza.
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