Quiero que me atienda Montes o uno equivalente |
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09/02/2008 |
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Como discapacitado que estoy, padezco el Mal de Parkinson, me sumo con toda mi lógica a la campaña que da título a este post. Esa misma que intenta hacer justicia elemental, rehabilitando a los médicos represaliados por la sin par pepera Esperanza Aguirre y su conejero Lamela. Consejero conejero; su única habilidad consiste en sacar conejos de una chistera donde reside la calumnia.
Es el suyo el arte de la difamación fullera, sin importar el perjuicio causado no sólo a los médicos sino a los pacientes. En otro país que no fuera de esparto tendrían que hacer frente a su responsabilidad. Aquí están aforados y, por ese privilegio, echan su lengua viperina a pacer sin reparos.
Si la investigación científica no lo impide antes, mi destino ya lo sé porque está escrito en los vademecums. No necesito acudir a ningún horóscopo ni vidente del futuro. Eso que me ahorro en bolas de cristal y tonterías grandilocuentes. Esta enfermedad no miente: ya noto los efectos de la pérdida progresiva del dominio sobre mi cuerpo. Pues bien, cuando ya no pueda ir más allá, realmente yo sí quisiera caer en las manos de un médico humanitario como Montes. Que me atienda un Dr. Montes. Antes de ser un guiñapo sufriente es preferible morir con la dignidad que se le debe presuponer a un ser humano.
Confieso que soy de esos ingenuos: Pensaba que la evidente decadencia del sistema patriarcal nos iría trayendo un mundo de mayor sensibilidad y menos brutalidad aciaga. Una incorporación de valores diferentes. La implantación de nuevas actitudes. Matices que se les suelen suponer a las mujeres que lo son. Otra manera de estar más suave, más sutil, quizá no milagrosa; pero al menos distinta del error, empecinado en el horror, que padecemos hasta ahora.
Pero cuando veo cómo van por la vida elementas como Esperanza Aguirre y su par la Botella, abandono cualquier esperanza evolutiva. A pesar de su aspecto, me pregunto incluso si son una mujer o simples sepulcros blanqueados, para usar su propio vocabulario. Ese afán ilimitado de figurar, esa drogadicción de poder y dinero, camuflados con discursos de humo de pajas. El recurso constante a la maledicencia irresponsable, a la zancadilla de la intriga, a la soberbia mendaz que intenta suplir una incultura lapidaria. Esa testarudez en la infamia.
Con hologramas así, una fatiga del eterno femenino con insidias y risas tontas, para disimular las armas de su conspiración permanente (compitiendo con los hombres en el mismo terreno del desastre), no vamos a ningún lado. Más allá que a profundizar en el delirio de una sociedad abracadabrante y soez. Un mundo donde se confunde astucia con inteligencia y perfume con buen olor. Y donde ni siquiera, por culpa de los fanáticos de la hipocresía, podemos morirnos en paz. |
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