La escopeta nacional se manifiesta
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28/01/2008
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El dia 1 de marzo, si nada lo impide, las escopetas de caza sacarán a sus gatilleros de manifestación. Tal y como vienen anunciando esos depredadores, que son legión, acudirán a Madrid desde todos los confines de las Españas. Se sienten agraviados o minusvalorados por la Administración. ¿Qué quieren los cazadores? Más facilidades para poder matar más y mejor. Es lo suyo. Un mundo anacrónico y macabro que se nutre de la muerte. Y la vanidad de sentirse un dios con potestad para interrumpir la vida o perdonarla, al marrar el objetivo.
No encuentro ninguna justificación posible en el hecho de acabar con la vida de un animal salvaje. Sea por el simple placer de la excitación testicular afinando puntería o por el exhibicionismo fanfarrón del trofeo posterior, el que otorga el reconocimiento de la tribu.
Momento estelar: la foto enseñando todos los dientes de satisfacción, con las piezas muertas delante. Alarde continuo. Competición por la cantidad de piezas abatidas. Mundo macho. Sentimental y adrenalínico. Vestimentas paramilitares, palmadas en la espalda, chistes rijosos y alcohol para entrar en ambiente. La caza no es actividad de mujeres. Las mujeres son eso: mujeres. Género adorable pero no aptas para ser cazadoras. Salvo las Dianas de excepción.
Aquellos que se oponen a la carnicería de pelo y pluma lo hacen por motivos inconfesables o son demasiado sensibles, por no decir afeminados o directamente sospechosos de mariconismo. Por cierto, partiendo de esa base argumental, tan propia de esta colla extraviril de la culata y el punto de mira, la pregunta sería ¿existen cazadores gays en ejercicio y soltando pluma fuera del armario?
Incluso hay matadores más pulidos que se atreven a apelar a la metafísica orteguiana en torno a la “emoción del alma” cuando el disparo, y la mortalidad necesaria del animal que pasaba por allí.
¿Por qué no persiguen esas mismas sensaciones con la fotografía? La clave es el ritual camarada del antes y el después del acto, la parafernalia del armamento y la muerte.
Por extraño que parezca, desde el punto de vista racional y de la más elemental humanidad, la caza de animales libres subsiste todavía en la sociedad contemporánea. La misma que se reclama orgullosamente de haber alcanzado apreciables cotas de civilización y cultura.
Desconozco asimismo el porqué se le da rango de deporte a disparar un arma de fuego contra un ser vivo, al que llaman presa. Matar por deporte. Una actividad cuyo máximo riesgo para el cazador es contraer un esguince o una friolera, cuando permanece durante horas apostado y al acecho de que pase la pieza por delante de sus cañones. Eso cuando no se disparan unos a otros por accidente. Ya se sabe que las armas las carga el diablo. Sería mejor su inexistencia. Total sólo sirven para matar.
Con la tecnología disponible, abatir un ave en pleno vuelo o un ciervo berrando no tiene más mérito que practicar el timo del nazareno. Escopetas con potente mira telescópica y disparos de repetición, munición sofisticada, artefactos de localización, camuflaje, señuelos, vehículos todoterreno, perros adiestrados y un amplio etcétera de ventajismo sobre la posibilidad de fuga del animal.
El mundo de la caza mueve ingentes cantidades de dinero. Sin duda, esto sí es argumento de peso. Una vez más el negocio ampara cualquier matanza, sea de hombres en las guerras o de animales en tiempos de paz.
En sus foros los cazadores se muestran en estos días a la defensiva y agresivos. Son un prodigio a la hora de esgrimir argumentos que avalen su anomalía. Su rabia se basa en que cada vez van quedando menos espacios para practicar su afición.
Culpan al gobierno de proteger la fauna en exceso y hacer cada vez más caso a las organizaciones conservacionistas, a cuyos integrantes llaman despectivamente “ecologetas”. Amén de otras lindezas insultantes y descalificatorias.
En su afán justificatorio no tienen reparo en disfrazarse de fomentadores del equilibrio medioambiental. Aducen que la suya es una práctica histórica y hasta prehistórica que se remonta hasta el cazador de Altamira.
Se ponen en la piel del hombre instintivo de la caverna. Sin embargo, en el presente no resulta necesario disparar flechas y arrojar lanzas por necesidad de comer. En un mundo donde el sumnistro alimenticio está tan a la mano, en las grandes superfices comerciales, sería preferible aspirar a una evolución superior del hombre.
Los más ilustrados apelan a Miguel Delibes e incluso al rey Borbón. El escritor merece todos mis respetos y admiración como tal talento literario, aunque no como disparador de perdigones. En cuanto al cazador coronado, no parece el más sublime ejemplo de épica cinegética abatir, desde lo alto de un árbol, un oso con nombre propio y empapado de vodka.
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