YAK-42 y el cilicio que no sabía inglés
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28/05/2013
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El dia 25 de Mayo de 2003, en el cielo abierto de Turquía un avión de pasajeros caía en picado y se estrellaba estrepitosamente contra el suelo. Tras la consiguiente bola de fuego se pudo constatar que no hubo supervivientes. La noticia conmocionó a España entera. En el vuelo del YAK-42 murieron 62 militares del Ejército que volvían a la base de Zaragoza después de cumplir sus misiones en Afganistán.

A partir de ese momento, el caso YAK-42 quedó grabado en las páginas de la historia española como un símbolo claro de la desfachatez y la cínica impudicia de los gobernantes del Partido Popular. Sus líderes son actores protagonizando una mala obra. Efectivamente, al mismo tiempo que se envolvían con la bandera de un patriotismo de salón, en el solemne funeral y haciendo gala de un compungido gesto mil veces ensayado ante el espejo, los “fontaneros” del gobierno se aprestaban a borrar sobre el terreno todo tipo de huellas de negligencia o culpabilidad; a ocultar la verdad y a interponer todo tipo de obstáculos para averiguarla. Cualquier cosa antes de que los familiares de las víctimas del accidente supieran lo que había pasado en realidad.

Y lo que había pasado en esa tragedia es un parangón de la chapuza nacional. Una consecuencia de la aplicación generalizada del refrán “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Un lamentable proverbio éste que ilustra de una costra perenne de miseria moral. Esta costumbre de mentir y zancadillear verdades está ampliamente reflejada en la literatura, desde el Arcipreste de Hita a Valle-Inclán pasando por Cervantes o Quevedo... Claro que muy poca gente lee. Por eso, como decía un frustrado André Gide, “todas las cosas están dichas, pero como nadie escucha, hay que repetirlas cada mañana”.

El presidente del gobierno de España, en aquellos momentos del YAK-42, era José María Aznar. El ministro de Defensa era Federico Trillo-Figueroa y Martinez-Conde, miembro supernumerario de la secta ultracatólica del Opus Dei. La secta tiene ahora mismo una fuerte implantación ministerial en el gobierno de Mariano Rajoy.

Aznar no hizo nada al respecto. Por su parte, tras el desastre, Trillo efectuó reiteradas y airadas manifestaciones con marchamo exculpatorio. ¿Dimitir? Ni se le pasó por la cabeza. Al contrario, se defendió como gato panza arriba, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Incluso cuando quedó demostrada la falsificación de la identidad de 30 de víctimas por una mala práctica forense. Las órdenes eran acabar con este asunto cuanto antes y sin salpicaduras.

Los “enviados especiales” del gobierno al lugar de accidente , se dedicaron a meter en bolsas los restos de los cadáveres mezclados y sin identificar. Se hicieron informes forenses falsos, se llevaron a cabo sobornos turcos para acallar bocas indiscretas; se sobrevoló sobre el hecho de que ese avión no debió haber levantado el vuelo jamás. No cumplía las condiciones normales de seguridad. El aparato, un anticuado modelo” “Yakovlev 40D” ruso, fletado por una azarosa compañía charter, era una chatarra con deficiente mantenimiento. El ministerio de Defensa había decidido ahorrar en la repatriación de los militares, Se ha hablado de comisiones que se quedaron entre las uñas de algunos protagonistas administrativos de esta tragedia.

Finalmente, ya en el año 2012, Trillo fue catapultado al exterior por sorpresa y nombrado por Mariano Rajoy embajador ante el Reino Unido. Y allí sigue. Este “príncipe” el Opus Dei ascendió a los altares de la diplomacia de élite sin ser diplomático ni saber inglés.

Sin duda, el “caso YAK-42” entra en el apartado que se traduce genéricamente como “razón de Estado”. Que es como decir misterio de dios. Lo que se puede decir es que, ha sido tanto el frenesí exculpatorio del PP que, aún hoy, una década después, todavía están las respuestas en el aire. Las familias de los muertos aún claman a la justicia y están esperando reparación. Acaban de acudir al Tribunal de Estrasburgo en búsqueda de reparación. Aquí, en España, mediante las oportunas maniobras de las autoridades, se les cegó la posibilidad de encontrar respuestas en los tribunales.

La preocupante pregunta que uno se puede hacer es como mínimo inquietante: Si un gobierno de corte autoritario, postfranquista y patriotero es capaz de echar tierra falsa sobre las tumbas de sus hijos predilectos (los miembros de las Fuerzas Armadas), con la manifiesta intención de encubrir las responsabilidades de un ministro suyo ¿qué podemos esperar los demás? Es decir, los que no tenemos medallas ni uniformes, ni misiones de bandera para mayor prestigio internacional del país. Y de sus gobernantes sacando pecho.
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