La madre Tierra como casa común
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24/12/2007
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Creo que las fiestas rituales de la natividad de un mesías, el advenimiento de un nuevo solsticio y el inminente cambio de año, que significa algo así como el doblar una esquina más en el hilo continuo del tiempo, debería inspirarnos no miedo, sino alguna que otra inquietud acerca de lo que hacemos.
Desde muy antiguo la primera preocupación del ser humano ha sido encontrar un lugar donde guarecerse de la intemperie, morar, amar y perpetuar la especie. Así, primero fueron las grutas, luego las chozas o cabañas, más tarde la arquitectura. Ahora vivimos bajo la férula imperativa del cemento, un material hipotecario de la existencia y destructor por exceso de la única casa común disponible: nuestro planeta azul. Esta única cueva cósmica es infinitamente más insignificante que un grano de sal flotando en la inmensidad de todos los océanos. Esa pequeñez nos debería inclinar al instinto de protección y no a las agresiones de la prepotencia antinatural. Para que la especie humana y el resto de la diversidad de la vida puedan seguir teniendo una casa. La madre Tierra.
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