Del rey hacia abajo
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09/03/2013
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Porque el carro no se mueve, esto es un atasco de maldiciones y juramentos. El país huele a mierda de gato, pegajosa y asqueante. Cunde la penosa y desconcertante sensación de que nada se puede hacer. Esa impotencia almacena mala leche, agria la convivencia y, potencialmente, suele derivar en disparaderos no deseados. Desata las bajas pasiones y ahuyenta la necesaria racionalidad.

España está al nivel de Botswana en materia de corrupción. Lo ha expresado con suficiente rotundidad el Informe de Transparency International. Quizá por semejante afinidad de podredumbre institucional, fuimos a cazar elefantes a esa sabana, en amor y compañía de una princesa deslumbrante aunque postiza. Espectacular. Cuando el prepucio hurta la razón, el ser humano está más acorde con la idiosincrasia del percebe (Pollicipes pollicipes). Porque no se puede sorber y soplar al mismo tiempo. Reinar y ser sospechoso de llenar la alforja.

meando a barlovento


Cuando no se está a la altura de las circunstancias, lo lógico es evaporarse. Este es tiempo de penurias para la mayoría; pero la élite disfruta, como nunca, de sus mil y una noches en los paraísos de capitales. Hasta la Casa Real parece pringada estos menesteres. El yerno duque Urdangarín no actuaba, al parecer, por cuenta propia. En sus momentos Nóos de gloria cantaba Zarzuela...

el Nóos que no cesa

El rey es asiduo navegante del “Fortuna” y del “Bribón”. Cualquier navegante medianamente cualificado sabe que no se puede mear contra el viento. España hiede a residuos fecales estancados. La estabilidad del Estado coronado está en manos de los jueces. Una situación peculiar de golfos y faldas que daría que pensar al barón de Montesquieu.



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