A Bilbao
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12/01/2013
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Motivos ajenos a mi voluntad, como se suele decir en la conocida fórmula disculpatoria, me impiden estar presente en la manifestación de 12-E de Bilbao, convocada por Herrira y apoyada por el conjunto de la izquierda vasca. En este insignificante blog y algunas veces que alguien como Lokarri me lo ha preguntado (no soy, ni mucho menos, lo que se dice persona relevante) he repetido lo mismo, porque es de cajón: resulta imprescindible dar una salida racional al asunto de los presos de ETA, como condición imprescindible para dar carpetazo a los largos años de plomo en el enfrentamiento entre el País Vasco y el Estado español. Máxime cuando esa organización ha dado suficientes garantías concretas de haber abandonado definitivamente la violencia como arma política.

Es un hecho que en todas las guerras o dinámicas enfrentadas se producen armisticios y finalmente acuerdos. Desde los resultados de las pasadas elecciones autonómicas y el crecimiento institucional experimentado por el movimiento abertzale, la pelota de las decisiones está en el tejado del gobierno español. Pero fiel a su estrategia de no ver la evidencia, o bien por permanecer prisionero aún de indefinibles poderes retrógrados en la sombra, el gobierno español deja pudrirse el tiempo y no hace nada por desatascar el problema. Algo así como si mirar hacia otra parte fuera a resolver las cosas por sí solas.

La manifestación de Bilbao es a favor de los Derechos Humanos. La anterior tuvo lugar el pasado año y asistieron unas 100.000 personas. Por los apoyos nacionales e internacionales recibidos en esta ocasión, se prevé que acudirán todavía más.

Allí estaré, aunque sin hacer bulto. Sólo con el espíritu y el anhelo de que, de una vez por todas, se abran las mentes que están cegadas por mil motivos. Ciertamente, algunos de ellos dolorosos. Pero no puede ser que el dolor enquistado se eternice como gangrena social. Lo cierto es que, en este momento, se dan mejor que nunca las condiciones necesarias para acabar de una vez con el problema vasco, lográndose así la tan ansiada normalización social en Euskalherria.

He trabajado en Euskadi en tiempos sumamente convulsos y creo conocer algunas de las claves que enmarañan el complicado laberinto vasco. Aterricé en Bilbao, para trabajar en mi profesión de periodista, el mismo día que unos pistoleros del GAL asesinaron a Santiago Brouard, dirigente de Herri Batasuna. Su consulta de pediatría, donde le dispararon a quemarropa, estaba a pocos pasos de distancia de la redacción de mi periódico. Aquella fue una noche muy larga y febril en las calles bilbaínas. Luego se sucedieron los días, meses y años de violencia, en la que la épica periodística madrileña viene denominando la “Guerra del Norte”.

La manifestación tiene por objetivo presionar al gobierno de España para que mueva ficha y abandone la postura de la inopia. Es indispensable que Rajoy, con su mayoría absoluta en el parlamento español, saque la cabeza de avestruz del agujero del inmovilismo y se avenga a negociar alguna solución aceptable con la izquierda abertzale, el más adecuado interlocutor en estos momentos. Es precisa una salida racional a este espinoso asunto, pendiente desde mucho antes de la democracia y ahora mismo, casi treinta y cinco años después de promulgada la Constitución que se derivó de la tan traída y llevada transición política.

Los motivos ajenos a mi voluntad proceden de una mala salud que me impide el libre movimiento físico. Se llama Parkinson y le va dejando a uno como lobo solitario, con el único acompañamiento de su circunstancia. Pero tampoco es cuestión de extenderse en esto demasiado. Lo cierto es que, aunque mi domicilio habitual se encuentra a escasos 100 kilómetros de Bilbao, a la vuelta de la esquina como quien dice, para los efectos es como si habitara en otro planeta paralelo. Lamentablemente, hay muchas veces en la vida en que la voluntad, por sí sola, no es suficiente para ir donde queremos. Esta de hoy es una de esas ocasiones. Quisiera haber estado esta tarde de hoy y formar parte del clamor de abajo y a la izquierda, exigiendo una solución definitiva del conflicto vasco a las "alturas" de la derecha.

Pero como dijo un famoso aunque ilustrado torero, “cuando no pué ser, no pué ser y además es imposible”.





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