EL CHE FOTOCOPIADO
enviar este artículo
08/10/2007
.
En los todos los kioskos de la calle Corrientes, en Buenos Aires, el amplio espacio dedicado a las postales en blanco y negro de Ernesto Ché Guevara le recuerdan orgullosamente al mundo que el paradigma del guerrillero romántico del siglo XX, el icono supremo de la revolución cubana, era argentino. Otro lugar importante lo ocupan los múltiples manuales que inician en el baile del tango. El tango habla sobre todo de traiciones y desencantos.
Al Ché lo mataron finalmente su intransigente pasión por la Revolución, la infidelidad fraterna derivada del poder conquistado y la miseria de la condición humana que él combatió desde las montañas. Tal vez buscaba un destino de morir matando, después de apurado el trago amargo de la deriva azucarera hacia el castrismo burocrático. Su coherencia consigo mismo no le consentía tal abandono de los principios combatientes.
El comandante guerrillero, médico, asmático y fumador empedernido, cerró la puerta del capítulo habanero. Marchó con su lucha internacionalista a la selva de una Bolivia rural vacía de conciencia proletaria. El clima adverso le garantizaba una asfixia que ni su idealismo podía ignorar. Desde esas condiciones aspiraba a levantar mil vietnams contra el imperialismo.
La Revolución tiene la costumbre saturnal de devorar a sus hijos. Luego de muertos son utilizados como profetas de un mundo mejor, siempre futuro. Toda pasión de verdad resulta incómoda al Orden establecido. El rebelde resulta un estorbo peligroso para la Estructura que pretende perpetuarse. En la Rusia del Octubre rojo y en la convulsa España de 1936-37 ya se había debatido violentamente el eterno dilema: Revolución permanente y hombre nuevo o estatalismo nacional y concreto. Trotski o Stalin. Sartre o Camus. Revolución del pueblo o sistema tutelar de palo y zanahoria.
Matar o morir es la divisa del revolucionario en armas. El Ché Guevara terminó con las botas puestas en su elemento. Alguien con hambre de notoriedad o de monedas lo delató. Desde su ejecución, el 9 de Octubre de 1967, creció la visión romántica del mito mediático. La foto fetiche de habano, barba y boina sigue dando la vuelta al mundo, proliferando en el mercado de pins y camisetas. Cada quisque que compra esa imagen cargada de símbólo, se agarra al souvenir del Ché a su manera: unos la exhiben para mostrar sus aspiraciones oníricas, otros para hacer ver su disidencia. El resto por moda epatante que se pretende provocadora. En un tiempo de cinismo a granel.
.