LOS TRAZOS DEL SILENCIO |
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26/09/2007 |
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Ha muerto BIP, el mimo Marcel Marceau. Era el maestro del silencio en un mundo donde predomina el ruido estéril, donde se habla por hablar. BIP era capaz de decir todas las emociones sin pronunciar palabra. Su música era la palabra dibujada en el espacio libre de corsés. La comunicación no verbal en un tiempo dónde el verbo se ha hecho carne devaluada. Cuando no mal aliento en las intenciones.
Todos hemos soñado alguna vez con ser capaces de transmitir lo que sentimos sin mediar necesidad de expresarlo torpemente entre los dientes. El trazo de un dibujo mudo de BIP nos abría la puerta al entendimiento del suspiro melancólico o la sonrisa cómplice. A la comprensión del absurdo, a la invitación al acercamiento. Por culpa de nuestra arquitectura emocional y al mal ambiente, a menudo los idiomas separan más que unen. El lenguaje del cuerpo es universal y no tiene por obstáculo la Torre de Babel, pero no acertamos a descifrar el significado de los gestos espontáneos del rostro o de las manos. Decimos romper el silencio pero no nos decidimos a romper el trueno que nos aliena. Un instinto atávico asocia la calma a los cementerios, mientras que la fútil excitación del jaleo nos hacen sentirnos vivos. La mímica de Marceau era música y en música los silencios son tan importantes como el sonido. En nuestra añoranza del silencio encontramos fascinante incluso la plástica del lenguaje de signos de las personas sordas. El ruido de la actividad frenética a piñón fijo nos aísla. La agitación de la prisa impide que nadie escuche a nadie, a pesar de oírle. Oir, oímos, pero no escuchamos. Mirar, miramos, pero no vemos. No tenemos tiempo. No nos quedan ganas. Quizá por eso mismo las consultas de los psicólogos/psiquiatras y otros confesionarios están a rebosar. Tanto frenesí contante y sonante han convertido la vida en un frenopático. Ha muerto Marcel Marceau. Larga vida a BIP. |
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