EL HONOR "A LA MARROQUI" Y SUS SECUELAS EN LA PRENSA DE ESPAÑA |
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11/06/2007 |
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Son las cosas de este agitado mundo. A 1.014 kilómetros de distancia y en dos culturas distintas, dos publicaciones semanales compartieron un mismo destino catastrófico. El caso de La Realidad es simétrico al del semanario marroquí Demain y su director Alí Lamrabet. En ambos ejemplos, el rayo del honor fulminó, desde las alturas sin sentido del humor, la libertad de Prensa. A nosotros por incluir unos comentarios irónicos, en sección ad hoc sobre un intocable llamado Carlos Sáiz, "poderoso cargo público", según reza la sentencia de la juez Laura Cuevas Ramos.
Por su parte y al abrigo de la "apertura política" que se anunció con la sucesión en el trono alauita, los colegas de Demain osaron editar una viñeta satírica de Mohamed VI. El cierre de la publicación fue fulminante y su director dio con sus huesos en la cárcel. Tan sólo la presión internacional logró liberar a Lamrabet. El honor del rey había prevalecido sobre la libertad de información. La Prensa en Marruecos tomó nota de lo que había que callar. El escarmiento fue eficaz con esa cabeza de turco marroquí.
También para La Realidad el resultado fue definitivo, aunque para su director el castigo no ha sido tan drástico: sólo aislamiento social, persecución incesante, ruina económica y enfermedad incurable.
Inflados de autosuficiencia, a este lado del Estrecho de Gibraltar tendemos a suponer que el reino de España es harto más democrático que el reino marroquí. Aparentemente sí, pero no tanto en materia de amplitud de la expresión sin cortapisas. Sin embargo, en un alarde de cinismo y condescendencia, los grandes medios de comunicación hispanos dedicaron titulares destacados a la publicación marroquí decapitada por la censura.
En cambio, por ser de puertas adentro, el caso de La Realidad se ha querido ver como algo anecdótico y pasajero. Lo contrario hubiera sido un severo palo para el orgullo de la superioridad democrática. Ahondar en este feo asunto habría sido caer en comparaciones con la "morilandia tercermundista", esa cosa de zocos y turbantes. Ellos son ellos y nosotros somos non plus ultra. Cristianos pero sobre todo europeos. Por eso mismo, desde el aparcamiento de nuestro centro comercial favorito, nos apresuramos a dar lecciones de moralidad confortable.
Evidentemente, siempre es mejor ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Sobremanera a la hora de meter el dedo editorial precisamente en ese ojo ajeno. Callado queda dicho que, desde el punto de vista del espectáculo mediático, el derecho al honor de un político de provincias español no tiene el mismo peso específico ni el exotismo que el de un lujoso monarca del palmeral. Evidentemente.
Aunque las consecuencias del abuso de poder, para la libertad de expresión y las demás, sean a la postre las mismas en ambos mundos. El español y el africano.
Que se sepa, España es el único miembro del núcleo de países desarrollados de la UE donde un neofranquista, abstracto y catecúmeno derecho al “honor” -constitucional, derivado de la santa Transición- se equipara y antepone a la libertad de expresión con el mismo rango. Y todo quisque acata como normal sin decir nada; incluso en la izquierda institucional y sectores de la alternativa, organizaciones y sindicatos de Prensa, etc. Este acatamiento es cosa de la máxima extrañeza: habida cuenta que habitamos un país donde predomina una judicatura ultraconservadora o cuando menos arbitraria; y que, como ha demostrado palmariamente el “caso La Realidad”, de su veredicto más o menos esperpéntico depende la ruina de una publicación.
A uno le da la impresión de que la ciudadanía en España y, más concretamente el mundillo de la Prensa, se comportan de manera timorata y a la defensiva en este asunto tan crucial como delicado. Parece como si la libertad de información no fuera un derecho conquistado y fundamental en democracia. Es como si tuviéramos que estar agradecidos por tener medios de comunicación, aunque se nutran generalmente de banalidades e intrascendencias. Por si acaso. Pero la democracia consiste en debatir todo lo humano y hasta lo divino.
O bien es eso o nos comportamos con la autosatisfacción sanchopancista de que todo está ya conseguido, y a dormir la siesta de las legislaturas.
Y por eso tanto mejor no tocar lo del derecho al honor "a la marroquí", aunque sea una amenaza capital para la libertad de expresión. |
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