El bien y el mal, los buenos y los malos |
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05/04/2011 |
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Al final toda la actualidad se repite como una mala digestión. Hoy, ayer, mañana se confunden en una constante colonial. Lo imprescindible es que el protagonista sea el pecado, el error, el mal para que luego tenga su lugar el castigo. La Historia se nutre de sucesivos chivos expiatorios que sirven de pretexto ideal para intervenir y colonizar tierras y culturas ajenas. El error en la Historia es tropezarse con las palabras imperio o pueblo elegido por Dios.
A quien tenga esa geoestratégica malaventura le lloverá cualquier tragedia.
Y en las sangrías colectivas son siempre los prestamistas y sus servidores sobre el terreno quienes salen ganando. La plebe pone los guerreros y los muertos. Aquellos, los señores, suministran las armas, ejercen de funerarios de pago, reconstruyen lo que destruyen y abren sus bolsillos para repartirse el botín fundamental.
Uno de los daños colaterales de las guerras es la ética política. En el caso concreto de Libia se ha desvelado al desnudo algo que ya se sabía: La ONU es la alcahueta de la OTAN y la OTAN le hace el trabajo sucio y barato a los EEUU. En las Naciones Unidas hiede a descomposición de la ciénaga política.
Aún no se había secado la tinta de la resolución contra Gadafi y ya Francia ganaba la carrera del bombardeo del suelo libio. Incluidos los previsibles “daños colaterales” humanos, el eufemismo que emplean los militares para encubrir las víctimas civiles. ¿Hasta cuándo pretenderán convencernos los profesionales de la muerte de que, desde lo altura y la velocidad de un avión de combate, se puede distinguir a un inocente civil de un combatiente enemigo? A esa distancia no se ven sino blancos quietos o en movimiento. Es como dispararle en la feria a una cajetilla de tabaco.
Finalizando la Segunda Guerra Mundial, cayó de las nubes de Japón la rúbrica de la victoria de los aliados liberalistas sobre el fascismo del Eje. Hiroshima y Nagasaki fueron las elegidas por la explosión y radioactividad letal. Más adelante, Vietnam supuso un violento jalón perdido contra el comunismo. Ahora estamos en el turno del opio de Afganistan, los diamantes de Sierra Leona, el petróleo de Iraq, el coltán del Congo, el petroleo y gas de Libia y el cacao de Costa de Marfil... Aunque, en este país francófono, Sarkozy y la famosa Comunidad Internacional permiten más que los negros se maten unos a otros, para no “intervenir en los asuntos ajenos”. El cacao no vale tanto en el mercado como el petróleo. Occidente puede vivir sin chocolate, pero no sin gasolina.
Siempre, y ahora más, es el momento estelar de los mercaderes del templo. Se acabó el tiempo de los teóricos de la estrategia. Ya es innecesaria aquella ingeniosa y manoseada frase de Von Clausewitz “la guerra es la política hecha por otros medios”. Todo es mucho más descarnado. No es precisa ninguna justificación medianamente creíble. Ya no hay más ideología que el racket, la rapiña. La actualidad árabe es una competición de hienas en busca del festín subterráneo. Los ministerios de Asuntos Exteriores son las corporaciones petrolíferas. "Total" en Francia, "Repsol" en España, "British Petroleum" en Inglaterra, "Fina" en Italia, la "Standard Oil" en los EEUU...No dan tregua. Nada más aquella tierra que carezca de riquezas en sus entrañas puede vivir; pobre, pero vivir en paz.
Desde que se editó la biliosa Biblia, la vida terrenal se ha convertido en una mala y maniquea película de buenos y malos. Los buenos son ingenuos sufridores y torpes de buena fe, mientras que el mal, el drama, la tragedia golpean súbito; la bondad no llega nunca a tiempo de evitar, siempre se ve obligada a luchar y vencer innumerables obstáculos para abrirse paso. Es un sino agotador. Sin embargo, la deformación cultural impide el reconocimiento de su mérito. A pesar del permanente combate cotidiano, la decencia humana proyecta una menesterosa imagen de debilidad, un algo inconsistente. Lo bueno-derivado e la razón- ha sido derrotado tantas veces y durante tanto tiempo que resulta difícil pensar en su existencia. |
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