Pendientes de un dedo
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25/10/2010
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Para constatar que vivimos tiempos de involución sólo hace falta mirar y ver los termómetros de la actualidad económica y política. Tiempo de charlatanes de diseño elegante. Tiempo de estadísticas que convierten al ciudadano en mera estadística de voto.

Exceso de verborrea convencional y nula idea de cómo obrar de otro modo. Evidente saturación y desinterés por parte de la gente. No importa tanto la democracia como el bíblico y metafórico plato de lentejas. El plato del confort y del miedo a perderlo.

Abuso del tramposo estilo de Lampedusa por parte del poder. Gato por liebre como norma, desde el pan de cada día a la más llamativa e innecesaria tecnología. Producir trastos por producir y no saber hacer otra cosa. La raza humana ha pasado del cazador-recolector al productor-consumidor. Un salto de muchos miles de años para llegar a la ciénaga de este absurdo desconcierto.

Identificación inducida del cambio sustancial con lo imposible y su correspondiente pérdida de tiempo. Vendemos tiempo de vida para pagar facturas. Es un sino cruel desbordante de babas.

El dinero destructor que huye de la lógica racional y funciona como un fin en si mismo por acumulación. Sin importar el qué, el cómo, el porqué o el para qué.

No hay otra cosa de momento. La ventana de salida a este laberinto es una pantalla donde nos mandamos cibertelegramas que nos resultan gratificantes o un consuelo. Pero la pantalla consume tiempo y nos aísla del sol y del aire libre y de los encuentros fortuitos.

Un nick y a desbarrar por las redes sociales que cotizan en la Bolsa de Nueva York y cuyos promotores lucen en la lista Forbes de la élite. Hay motivos para la sospecha de que, como siempre, todo está previsto en las alturas.

Una Red de redes puede ser útil hasta cierto punto, aunque no hay que mitificar. También corre peligro de ser una telaraña infinita para aislar a la gente de su entorno y de las calles. Nunca hay que abandonar la gimnasia del trato físico con el otro. Abunda la perversidad como moneda corriente en este mundo. Si ni siquiera mirando las caras sabemos a ciencia cierta cuándo nos dicen una verdad o una mentira, el riesgo de engaño es mucho mayor cuando nos lo dicen anónimos avatares tecleando sin cuartel sus ocurrencias.

El arte tampoco es mercancía que conmueva o modifique apenas la realidad y, si lo hace, es efímero como una bagatela. No son éstos tiempos de perdurar en el tiempo. La general falta de criterio y su amante fiel el temor al ridículo hacen estragos en la valoración estética con alma y no sólo estética
para el ojo o el oído. La carencia de criterio en las mayorías siempre corre el riesgo de trivializar. Y todo ello obliga a abrazar el lugar común de lo indiscutible por su antigüedad o de la promoción más eficaz por imperativos de mercado. El camelo así está servido y aceptado.

La máquina material nos arrastra al frenopático de la normalidad. Las grandes guerras del Imperio se saldan en retiradas geoestratégicas de Iraq y Afganistán por imposibilidad de ganar y menos aún de convencer. Huele a Vietnam multiplicado. Estos hiperrealistas videojuegos de generales con tropa y torturas de reglamento traen a la memoria aquella sonada derrota del napalm. “Apocalipse Now”. La reincidencia perpetua en el error del horror. La incultura del video sin libros. La exaltación adrenalínica de matar y morir. La industria bélica como motor de la economía aceptada y promovida por el predador humano. Tal y como en los lejanos tiempos del homínido silexiano. Nada en el fondo ha cambiado. Nada salvo las formas se transforma. El fémur prehistórico es hoy un fusil AK-47 y una bomba de racimo.

La herramienta y su utilización es la que ha traído al hombre hasta aquí. La extraña evolución del simio se explica no tanto por el espíritu como por los dedos de las extremidades. El dedo pulgar es un elemento imprescindible y primordial para explicar la trayectoria humana sobre la tierra. En un momento dado la mano se hizo garra y ya sabemos el resto.

Quizá sea un buen momento, tan bueno como otros ya perdidos en la Historia, para dejarse de retóricas manieristas y tramposas; para apearse por un instante de la soberbia como supremo estilo existencial y bajar a la tierra que tanto maltratamos. A diario y sin pensar.

Al fin y al cabo, tampoco es como para envanecerse tanto por los logros atribuidos a un cerebro desconocido y de gran tamaño. Un humilde dedo prensil es la clave de la civilización basada en la tecnología.

Amputar el dedo gordo de la mano humana sería el caos. El dedo pulgar lo es todo. Ese apéndice ha sido y es el que maneja todos los instrumentos creados por el hombre para agarrar su destino. Usar el dedo pulgar es imprescindible y, si no se lo cree alguien, que haga la prueba de comer sopa con cuchara sin utilizar ese dedo estratégico.

Cuestión, pues, de dedos fundamentales para la civilización. En nuestros días de la tecnología rampante se ha producido un gran salto cualitativo. El desarrollo del miedo y la evasión del miedo es digital.

Ahora basta con el dedo índice.

El índice es el instrumento clave de la civilización de la eficacia monetaria. Para teclear los dígitos bancarios que ciegan la justicia y atan con fibra óptica las libertades. O para apretar el botón de cualquier apocalipsis. Si fuera necesario.

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