Labordeta y el felíz ex abrupto |
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20/09/2010 |
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José Antonio Labordeta. Aragonés de pro, luchador antifascista con la palabra y la actitud, ha abandonado este país de soledades, inculturas e ignominias para incorporarse al paisaje horizontal y largo de la memoria. Ha muerto víctima de un cáncer, ese azote al que se vence a veces en las probetas de ensayo, aunque se cobra vidas a mansalva por las calles de la salud cotidiana.
Labordeta, cantautor y político.
A veces resulta difícil hacerse entender con el diálogo. Hasta el punto en que, a pesar de utilizar el mismo idioma, da la sensación de que disputamos y discutimos en lenguas distintas.
Eso suele ocurrir sobre todo en un país de sordos musicales como España. Se nos escapa el sentido de lo que se nos está diciendo en realidad, por culpa del ruido de la obcecación. Oímos pero no escuchamos, tan pendientes estamos por replicar aunque no tengamos nada significativo que añadir. Hablar por hablar. Hablar por hacer ruido, con el ego a todo volumen como lastre para el entendimiento.
Ese carácter le viene muy bien a la permanencia de los turbios intereses creados. Para los titulares de esos intereses, decir Patria grandilocuente es decir Propiedad por encima de todo, incluso de una guerra civil de asco, asesina de la inteligencia y la dignidad y cuyas fosas comunes aún claman al cielo.
Tras el triunfo de la cruz y la espada sólo quedaba remendar la realidad y es lo que se ha hecho. Hoy todavía y aquí decir tierra es decir cortijo; y decir trabajo es decir sumisión, casi sin condiciones.
En este contexto, Labordeta optó por un posibilismo político de honestidad cazurra. En medio de tanta palabra hueca, las traiciones institucionales de la izquierda y la creciente marea de la corrupción, Labordeta votó por dar ejemplo de estoicismo e intentar hacer cosas concretas por su Aragón.
¡¡Cállense, joder!! La moraleja es que dos palabras y una doble interjección, dichas a tiempo, pueden conseguir unos minutos para que la algarabía rebuznada de la derecha cerril neofranquista deje oír la voz de razón.
¡¡Cállense, joder!! Un laconismo contundente como éste precisa de la sorpresa y de un contexto solemne, para ser eficaz.
El parlamento de los diputados, por ejemplo. Ahí se debaten leyes y falsedades que perpetúan el botín y el poder.
Un palacio de hipocresías, con corbatas que encubren navajas de pinchar y cortar tajada. De pronto sucedió lo insólito: en una de sus sesiones plenarias, el diputado Labordeta está en el uso de la palabra y pone objeciones a uno de tantos abusos legislativos.
Los escaños de la derecha no cesan en su bulla entorpecedora y macarril. Como siempre. No quieren saber nada porque lo tienen todo. Cuando no hay argumentos que justifiquen el expolio, usan las zancadillas, las descalificaciones o los golpes de estado.
¡¡Cállense, joder!!Estoy en el uso de la palabra. Y se callaron. Por un sólo momento, pero así fue. Lo consiguió un hombre que llevaba la honestidad en su mochila. |
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