Olé, sin toros |
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02/08/2010 |
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Pocas muy pocas veces, en este cuitado territorio, tiene uno la ocasión de felicitarse por un triunfo de la razón frente al irracionalismo agusanado y ruín.
Catalunya ha decidido abolir las corridas de toros en su territorio. Olé.
Probablemente, los alcohólicos huesos de Ernesto Hemingway se remuevan en su tumba. Por el momento, los partidarios acérrimos del tipycal macho spanish show hacen ruido bruto y machacón. Huelen a cuerno quemado. Claman contra lo que consideran otra consecuencia de una "mariconería" rampante en esta disecada piel de toro.
En pocos lugares del orbe se dan tantas celebraciones a costa del toro, y los animales en general, como en la España carpetovetónica. La Fiesta es una crueldad atávica hecha institución apolillada, evasión carnicera y negocio de hostelería.
En esta sociedad de corte vertical y patriarca, los fastos de crueldad atávica son la exaltación más directa y elemental del testículo veraniego, y de las buenas cosechas del heno.
España, sol y toros. Un ansia de lucimiento cautivo y macarra de agrio requesón y bureo católico; es esta una compuerta del tumultuoso espíritu nacional. Un carácter derivado de una permanente urgencia en la ingle. Las corridas son un escape para la zafiedad y el alarde de atributos que se suponen, aunque no siempre encuentran sereno acomodo.
Demasiado a menudo se confunde la pasión con las peladuras de un impulso venéreo incapaz y errático. La doctrina del palio ha hecho históricos estragos en la naturalidad emocional del lance amoroso. Entre otros.
En el ballet de la seducción sexual "torear al natural", el individuo que lo es afronta riesgos. Estos son bastante ajenos al contagio de la masa aturdida por el bulto y el ruido acanallado.
Las multitudes siempre presumen de un poderío de préstamo. En los cosos taurinos, borrachos de sangre y boñiga, los públicos taquilleros jalean la paradoja del sacrificio del sexo fálico a través del toro bravo como inocente intermediario. Toda la baladronada viril se identifica con el diestro, una amanerada figura que engaña y vence a la fuerza con un abanico de trapos.
El toro es el enemigo. Un animal cuya única culpa es haber sido señalado como el símbolo del escroto colectivo.
Es decir, traducido al rancio acervo hispánico, se trata de la necesidad de demostrar públicamente "tenerlos bien puestos”. Es un decir.
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Lejos de cualquier sensiblería y lejos más aún de los oportunismos, políticos o venales, que suelen converger como moscas obsesivas en este tipo de decisiones, creo que el “Toros, no” catalán es un éxito de la democracia y del raciocinio; amén de una derrota para el dolor y los bajos instintos humanos. Aunque, como en la “Fiesta Nacional de España” se revistan de estética y de ritual litúrgico.
A estas alturas debiéramos tener ya el sosiego y la imaginación suficientes como para divertirnos con otras cosas y exhibiendo otras maneras.
Personalmente, me alegro por el toro bravo y por la demostración de seny catalán, en esta espinosa cuestión.
Creo pues que es viene a cuento recordar sendos artículos míos que abogaban por el hermoso espectáculo ver a los toros bravos en libertad. Y no sometidos al potro torturador del histérico y rancio Ruedo Ibérico.
http://www.patxibarrondo.com/textos/?id=151
http://www.patxibarrondo.com/textos/?id=75 |
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