Risoterapia
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02/05/2010
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Aunque lo nieguen las caras que se ven por ahí y el ruido de las voces dominantes alrededor, digámoslo otra vez: reír no excluye pensar. Cierto. Ambas cosas entremezcladas son posibles, aunque no lo parezca.
Pensar tiene mala reputación. Nadie pone anuncios para enseñar a pensar por cuenta propia.

Sí abundan los anuncios que ofrecen sesiones para aprender a reír como terapia. Enseñan a reír, pero pagando.

Hasta este momento, la sonrisa cargada de ironía era un distintivo naturalmente humano, una distancia respecto al universo irracional. Los otros animales no sonríen, cuando enseñan los dientes es por motivos muy distintos a la jocosidad. Son más directos. Avisan. Disuaden. Son menos traidores.

Dentadura. Estamos en los principios del siglo XXI y al fin ha arraigado la gran crisis capitalista. Los teóricos marxfilolenin venían vaticinándola como un inexorable fenómeno meteorológico. Fatigaron generaciones enteras con este advenimiento crucial para los pueblos. Muchísimos de sus creyentes padecieron cárcel y tormentos.

La liberación tiene una enorme paciencia.

La Crisis. Teóricos, gurús y políticos rasos en general. Palabrería sobre la descomposición.

Ahora que la Crisis real, planetaria y no retórica, ha llegado, los oráculos no saben qué hacer con ella.

Sin hundirnos aún más en el barro de los espejismos providenciales.

Salvo en el detalle de la predicción acertada, en eso se parecen mucho a los mismos capitalistas: ninguno tiene fórmulas de cómo salir del atolladero. Aunque, como siempre, habrá vuelta de tuerca para apretar a los débiles de este mundo.

Algunos de estos profetas estadísticos ni siquiera pretenden subversión alguna. Simplemente esperan a ver qué pasa. Juegan a la ouijah especulante en los medios de comunicación. Otros desnutridos de sustancia liberadora piden vez en la cola de los milagros.
De por sí, el Sistema huye hacia adelante, porque ese es su sino de piñón fijo ciego. Sin freno ni reflexión. Aunque sea hacia el precipicio final.

En las aguas estancadas de la economía de consumo, el sentido del humor corre peligro de muerte, sumido como está en los desconsoladores abismos del aburrimiento y del miedo a los fantasmas giróvagos del pasado.

Estamos encallados en la queja impotente. Nos han convencido de que no hay posibilidad de otra dimensión de las cosas, en este mundo del rostro pálido.

Palidez. Un modelo de realidad está naufragando, atrapado en un maëlstrom, el gran remolino del egoísmo consumista.

A falta de revulsivos, inundación charlatana. En estos fúnebres momentos de sermones y palabras huecas, sin ideas para un amanecer distinto a lo de antes, cobran pleno significado los liberadores salivazos del humor más negro.

Aunque sea reír por no llorar, como consumados cretinos humanos.
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