Fachadas pintadas, banderas al viento |
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06/07/2009 |
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La penúltima ocurrencia de las autoridades de por este lado del mar Cantábrico es que la clase media de todos lados se muere por jugar al golf. El golf, según eso, es un magneto irresistible. En consecuencia, se disponen a construir un macro campo de golf en pleno perfil costero de Santander. El proyecto lo ha dibujado la empresa del ex-campeón golfista Severiano Ballesteros, emparentado con la saga Botin del Banco. Cuesta un riñón de euros públicos que quizá merecieran otro destino más perentorio. Todo por el turismo, desde la identidad geográfica del paisaje virgen hasta la venta del alma mismo. Al fin y al cabo, el alma es abstracto y no se ve; se encuentra, si acaso está en algún sitio, debajo de la cartera.
A la luz de las maquetas, los ilustres maquetos ya presentaron, para no contrariar su costumbre, el hecho consumado. Esta vez han sido el alcalde de Santander y el presidente autonómico (sí, el que sale en el programa televisivo de Buenafuente, con su latiguillo populista de las anchoas y el taxi a la Zarzuela). El mismo Revilla que está asfaltando los prados. El flautista encantador de bueyes. El que insulta la más elemental inteligencia con un discurso megalómano de albarca. El que ha autorizado a su consejero de Turismo y Cultura la implantación de un teleférico que irá desde el Parque Zoológico de Cabárceno hasta el Parque Natural de Peña Cabarga. Es el suyo un desarrollo mochador contra la lógica. El mismo que añora y excava en los despachos de Madrid para que venga rápidamente el Tren de Alta Velocidad, sin importarles una pizca el coste medioambiental. Y lo hacen a estas alturas, en que la mala salud del planeta le preocupa ya hasta a las avestruces y a la UE. Y cuando hasta las corporaciones eléctricas se anuncian ecológicas, porque saben que es la imagen políticamente correcta y comercial.
Aquí no. Aquí se juega el juego astuto de estar en el ajo y untar la miga en el mejunje oficial, derivado de la omertá generalizada como ley no escrita. Silencio. Cuando no se crea riqueza sostenible, la política es que caiga el maná de las subvenciones, aunque sea para algo tan emprendedor como sustituir kilómetros de bordillos de acera.
No sé si esto de no leer libros tiene alguna relación con lo anterior. Lo cierto es que Santander carece de biblioteca pública. Nadie parece echarla en falta. Aquí la ilustración se le supone a uno desde que nace y como por ósmosis. La Cultura son actos para vestir la ciudad, con ese particular concepto que tienen los archiconservadores del vestir lacoste, mirando de reojo a ver qué llevan los demás, para no desentonar. Celebración perseverante de la nostalgia monárquica de los baños de ola, santander eres novia del mar, conciertos de cantantes pijos, folklore de sensibilidad estreñida pero con subvención garantizada.
El aire cultural dominante está impregnado de Menéndez Pelayo (martillo de herejes) y por el rancio costumbrismo señorito de Pereda. No hay biblioteca, pero la ciudad aspira a ser capital de la Cultura europea en 2.016. Es de esperar que para entonces haya un servicio de lecturas abierto al público. Uno de los más empeñados en conseguir esa capitalidad es Don Emilio del Botin Santander. Don Emilione lo quiere y los gobernantes ya se han apresurado a crear una fundación ad hoc con el banquero. La Cultura interviene como ingrediente de torrezno de una olla podrida consuetudinaria.
El turismo consolidado en el siglo XXI es el de parques temáticos. Cada país, cada región potencia sus tópicos y los emplea como imán de ocio recaudatorio. Cada cual enseña lo que tiene e intenta venderlo. Aquí hay lo que hay, aparte de las playas de fina arena y las cavernas prehistóricas. Partiendo de esa base, sería provechoso promover aquí el mejor un turismo de color talibán o protofascista (ahora le llaman ultraconservador). Se haría mediante visitas guiadas por azafatas muy pijas (cuyo habla nasal se valoraría por rigurosa oposición). Con los visitantes adocenados a bordo de un trenecillo rodante, esas niñas ñoñas irían explicándoles los dóndes, los cuándos y los porqués del santanderinismo de pro. Recitarían como loros las claves de por qué este marasmo es así de singular y persistente: las calles con nombres fascistas; el agrio carácter dominante: con sus peculiares disimulos, sus miradas escrutadoras, sus simbólicos saludos o enigmáticas retiradas del mismo, sus menosprecios de clase de toda la vida, sus silenciados affaires, sus escándalos con sordina, sus orgullos autistas, su agresiva paranoia, su acomplejada sumisión de llámame gorrión y dame trigo; sus dos caras: la máscara y la otra, en intercambio permanente; su fobia a la claridad, sus hipócritas posiciones ante injusticias concretas, sus cínicas posturas que retratan indiferencias de clamor...
Añadiendo estética a su ética imperante, se nos ocurre una propuesta gratuita para contribuir a la acrisolada humildad ideológica y donosura emprendedora de los dirigentes regionales. Sería cuestión de subvencionar la pintura de todas los edificios de la ciudad con los intrépidos y espectaculares colores del nacionalismo español. Todo pintado integralmente en rojo y amarillo. Tan sólo se permitiría como variante la introducción de algún detalle alegórico; algunas pinceladas fondo azul falange non plus ultra.
Así de paso se entronizaría en la fama a la ciudad balneario adormilado. Quedaría señalada en el Libro Guinness de los récords. Sublime aspiración de todo cretino que en el mundo es. |
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