Estación de verano |
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02/07/2009 |
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De pronto llegó el verano y, como en todos, convergen dos fenómenos simultáneos que no sólo son estrábicos sino que se repelen a fondo. La glorificación de los cuerpos y el tiempo de los exámenes. Planea la ansiedad por saltar la valla del curso, para no perder comba y curso. Las angustias de los padres consentidores, que se ven alimentado una infancia de todas las edades. El ambiente huele a sobaco de vacación y a potingue depilatorio.
Hoy día, la aspiración a resplandecer por los poros de la piel es cosa fácil: únicamente hay que dejarse llevar por los anuncios de televisión; ahí te dicen cómo convertirte en una atractiva hormona ambulante; dictan cómo estar más guapos y vestirse a la última para no desentonar, las bebidas adecuadas para entonarse y lo que hay que hacer en general para seducir y ser seducidos por la escuela de calor.
Dejarse llevar por la marea. Todo muy biológico y con estímulos perfectamente desmedidos y canalizados por la Superioridad que nos pastorea.Y que cuida de nuestra felicidad. Sea lo que sea eso: para más de medio mundo, la felicidad consistiría en abrir un grifo y que brotara agua potable. Por ejemplo. Como para un banquero lo es amasar más y más millones, aunque propicien toda la sed de los desiertos.
En cuanto a lo otro, la escuela, el instituto, la universidad, está muy de moda no discurrir: basta con salir adelante cortando, pegando, copiando el material que suministra Google. El plagio sin empacho es ley incluso entre escritores de editoriales célebres. Y si lo hacen los triunfadores ¿por qué nosotros no? El ambiente que respiramos nos legitima.
En el ámbito de la docencia, en general, el panorama actual es descorazonador; en esto hay coincidencia de pareceres. La burricie avanza inexorable y con botas de siete leguas. La población naufraga en una enrarecida marea de analfabetismo funcional. Sin ir más lejos, España ha hecho bandera política de un idioma que no dominan, ni mucho menos, la mayoría de los españoles. Aquel que no comete estrafalarias faltas de ortografía es un ser exótico. En este contexto, hablar de leer libros con enjundia despide un aroma pedante, con seria candidatura a la marginalidad o morar en las catacumbas de la sociedad. Total, si basta con darle a un botón para activar la viva del dia a dia ¿para qué la molestia de aprenderse su manual de uso?
A mayor ignorancia mayor manipulación, pero eso precisamente es lo que se persigue desde las altas esferas. Ciudadanía obturada por la obsesión de las evasiones fáciles y al alcance de la mano. El asunto es que la gente sabe y pasa o no quiere saber que la manipulan. Y así el Sistema sigue avanzando, cada recorte de libertad es una conquista suya que se traduce en dinero y poder. Hasta alcanzar cúspides insultantes.
El profesorado admite que, curso a curso, se baja el listón del conocimiento para evitar el crac de la universidad. El diagnóstico de lo que ocurre está claro, pero no se ve o no se quieren ver las soluciones. Difícil resolver la contradicción. Forjar ciudadanos ilustrados sería forjar posibles rebeldes al consumo y pensadores en ciernes. Malo para el negocio. La Enseñanza está decapitada por una programada demagogia de quita y pon formulario y directriz.
Estamos en el solsticio de verano, estación de fecundidad y gozo. Quizá no sea casual tanta pederastia o que España esté a la cabeza del consumo de cosmética y de cirugía plástica. La falta de naturalidad al abordar el sexo, formulada por una educación deficitaria y tendenciosa, es el sostén del deseo exasperado y su consiguiente farfolla. Se trata de perseguir el todo sin el todo, labrar una industria de la insatisfacción permanente. Con harta frecuencia no es liberación por alegrías lo conseguido, sino un apresurado y patético espasmo entre soledades. Abandonado por derribo el templo de Apolo (supremo dios del sol, la armonía, la razón), sus cascotes han dado lugar a la gran superficie del hipermercado salivante. Tampoco Dionisos ha tenido demasiada suerte, pues, lo que fue alegre culto al vino y al exceso del éxtasis orgiástico (bacanales), ha derivado en un parking multicolor de carne triturada por el vaivén del spot .
El sexo funcional y multiuso resulta gratificante, aunque lo ponen demasiado caro. Sobre todo en dedicación. Pero de ese dosificado interés publicitario por la ingle depende hasta la buena salud financiera de El Corte Inglés. No es el solsticio quien marca las estaciones. Es el comercio. |
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