El tiesto
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08/04/2009
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Desde 1978 tengo una planta en mi casa cuya familia botánica desconozco, pero a la que bauticé “Bienvenida” por ser la de su compra una fecha clave en nuestra vida. Por lo que me han dicho, quizá el sobrenombre en latín de esta azarosa subespecie pudiera ser Post Palius. La compramos siendo apenas un esqueje; fue en una floristería de transición entre dos grandes avenidas: una vertical y la otra que se presume horizontal, pero que no lo es tanto. Hay elementos que supervisan la libertad de los riegos.
La incógnita de su definición, dentro del reino vegetal, nos resultó muy cara. Cedimos mucho, porque tuvimos el miedo a una casa vacía y con los malhechores del pasado rondando. Pagamos la factura de la indisposición. Pero teníamos la esperanza de que, una vez liberada de pulgones y otras plagas parasitarias, en esa planta brotaría una república de flores que nos alegrarían los días y nos regalaría el pensamiento.

Sin embargo, la planta ha salido un poco sosa. Parece que no está aquí, como si de pura tímidez quisiera ser invisible. Se encuentra en un rincón de la sala de estar, entre introvertida y momificada. Nadie la presta atención; aunque el caso es que resiste el polvo de la indiferencia. También parece inmune a las imprevisibles corrientes de aire fresco. Cierto que, cada primavera, le salen unos brotes estrambóticos. Un sarpullido de acné rebelde aparece entre las hojas hibernadas por la costumbre y la ausencia del polen de la renovación.
El tiesto actual que sostiene la planta es de tamaño deliberadamente mediano. Si cediéramos a la debilidad y la colocáramos en una maceta grande, sin duda alguna crecería más lozana. Pero es seguro que enseguida exigiría más agua y más luz.
Mejor no romper el molde de barro canijo donde está plantada la planta. Mejor mantener el control del tiesto.
Eso dicen.
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