Crónicas galácticas
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03/04/2009
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Los políticos en aquel tiempo habitaban un exclusivo espacio VIP de la galaxia Zuyah. Para conseguir el húmedo privilegio del mando se hacían políticos, sin que nadie ni nada les obligara a ese comercio. Hubieran podido ponerse a trabajar o a nutrir las listas de parados, como el resto de los demócratas de la especie. Pero el suyo era un deseo compulsivo de manejar papeles y enfilar barrocas maniobras por las moquetas de los despachos oficiales. Desde luego, no era nada desdeñable almacenar agenda y tener la vida jurídica blindada. Nadie podía tocarles el escroto del honor, salvo, en aquellos casos de corrupción más exasperantes, deberían ser juzgados únicamente por el Tribunal Supremo del Reino.

Sin embargo, aparte de sortear con un sosiego singular las vicisitudes del tráfico neurasténico de cada día, a bordo de coches oficiales con discretos cristales ahumados (amén de la ya mencionada impunidad), seguía siendo un misterio venial la razón por la cual había voluntarios para abrazar un oficio de tanto desprestigio. ¿Algún factor biológico? ¿Unas ocultas e insospechadas tragaderas? ¿Acaso eran maleables protoplasmas con figura humana?
En buena lógica, habría que sospechar de una vocación alienígena o de alguna religiosa desviación espiritual. Un hecho demostrado científicamente es que las perturbaciones miran hacia sí mismas. Y, quienes las padecen, abusan en primer lugar y sobremanera de los prójimos más afines. ¿Qué hay más cercano a un político profesional que su fiel electorado? Los votantes. Esa huerta feraz de la que se nutren constantemente los pajarracos, las babosas y los rábanos.

Luego hay también otros síntomas delirantes de desarreglo: una manía compulsiva les hace adictos a las fotografías; aunque no cualquiera: sólo de aquellas en las que ellos son protagonistas. En el cúmulo galáctico administrativo el arte óptico les interesa muy raramente, como por lo demás ningún otro. Si son sinceros lo reconocen. Pero por lo regular se empeñan en disimular su ausencia cultural recitando algunos versos piratas de Espronceda. Sienten inconfesable debilidad por el bucanerismo.
Y para satisfacer esa morbosa adicción a la foto pagan, con el dinero público, naturalmente, gabinetes llenos de gente. Seres que pasan un tiempo mercenario inventando situaciones y actividades para llamar la atención; eventos susceptibles de ser gancho para los informativos de masas. El alpinismo político es un deporte arriesgado. Su reglamento consiste en que nadie quiere quedarse donde está. La apuesta es escalar hasta el vértice de las pirámide o bien precipitarse en las redes del olvido.

Desde siempre, las obras públicas han sido un escenario recurrente, manido, aunque ideal, para el lucimiento de estas ejecutivas luminarias. Pantanos, autopistas, rascacielos, trenes de alta velocidad. En su boca bulle el término progreso, mientras la naturaleza tiembla. Aunque en los últimos tiempos la tendencia del discurso de moda tenga muy presente la palabra ecología. Tomar medidas ecológicas, es la oración. La frecuentan con sonrisa beatífica, al tiempo que calculan sotto voce las comisiones devengadas por el cemento esparcido aquí y allá.

El alcalde donde yo vivo, es un adepto ferviente de esa disfasia del discurso ambiental sin significado. Seducido por el ejemplo de otros municipios turísticos del planeta, últimamente ha dado en llenar las esquinas de la ciudad con bicicletas para uso gratuito. El hombre y su entorno técnico no parecen haber reparado en un hecho lamentable:no existe un sólo kilómetro de carril-bici en todo el casco urbano. Ni tampoco en la periferia. Es como tener un tren y carecer de raíles. Así pues, los eventuales ciclistas usan las estrechas aceras como circuito. Van sorteando o atropellando a los peatones de diversas edades y a sus alarmadas mascotas.

Si pretende rango estelar, un político profesional no debe tener miedo del ridículo. Tampoco de llevar a la práctica cualquier esoterismo, cuanto más caro mejor, con tal de que sea vistoso. Sobre todo, su actividad debe cultivar con sumo celo el chovinismo local y garbancero de sus votantes.
Badenmer del Banco, que así se llama la ciudad, anuncia en estos días a pleno neón su candidatura a ser "Ciudad Europea de la Cultura" en el año 2.016. Esperemos que para entonces contará con alguna biblioteca pública. A los políticos, abocados a un inagotable hablar por hablar, no les queda tiempo para la literatura. Todo lo más se abocan a las legumbres de un gaseoso y folklórico costumbrismo. Sus loas a los poetas de fuste se las escriben los amanuenses de servicio.
Esperemos con paciencia los ciudadanos esa llegada de la cultura básica, de aquí al año 2.016. Mientras eso sucede, los libros de préstamo público están proscritos, al igual que la prostitución o la delincuencia en general. A cambio somos abanderados del ensimismamiento. Y cosas por el estilo.
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