Guinea, ese desconocido infierno
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21/01/2009
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Cuando la formación del planeta nuestro, tras el Big Bang o gran estallido de los gases primigenios que dieron lugar a la vida, a la fértil Africa le correspondió ser la cuna del hombre. Partiendo de ese continente fueron emigrando, en busca del fuego de su evolución, los primeros homínidos que luego hemos llegado a ser un homo sapiens sapiens. Al mismo tiempo, como si de un sarcasmo infinito se tratara, la misma evolución geológica depositó en Africa las mayores y mejores reservas de materias primas. La herramienta que va desde el hueso como arma agresora en el amanecer del simio predador hasta los diamantes sangrientos, las maderas preciosas, el marfil, el oro o el coltán y un etcétera excitante de codicias excavadoras y asesinatos sin fin. Esta inagotable minería, fundamental para el progreso tecnológico del hombre, ha sido su permanente y fundamental tragedia.
En el Africa negra hace siglos que encalló la nave de la dignidad humana, para dar paso al latrocinio más inmundo y sistemático, organizado por los blancos. Sometida, esclavizada, expoliada, Africa nunca ha dejado de ser el continente maldito. Aún hoy, sus gentes siguen emigrando en busca del fuego. Esta vez el de la supervivencia laboral precaria, en alguna de las naciones que explotan diariamente y por la fuerza sus recursos naturales.
Un ejemplo de esa redundancia despiadada fue la Suráfrica del apartheid, hasta la llegada de Nelson Mandela. Más actualidad es el genocidio del coltán en el Congo y no menos cruento es el gobierno dictatorial de Teodoro Obiang Nguema en Guinea Ecuatorial. En esta vergonzante ex-colonia de España se cumple el adagio de la calamidad. Estar sobre un océano de petróleo ha excitado de tal manera la avaricia del sátrapa que no hay nada ajeno a sus intereses. La vida allí no es vida, sino una desgracia sin presente ni futuro. Es un infierno consentido por los países civilizados, mientras se lucran. Extrayendo.
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