¿Cara o cruz?
enviar este artículo
24/12/2008
.
Cuando se hace la noche en las ciudades del mundo feliz, las luces advocativas de Felices Fiestas iluminan las calles. Es la tradición y las vacaciones laborales. Esta conjunción de euforias delata que en estos días se conmemora el nacimiento del mito cristiano. Correspondiendo a esta alegoría del más famoso pesebre de la historia, un frenesí ocurre en los pasillos de los hipermercados. Allí están expuestos en abundancia productos típicos de estas fechas. Las marcas de turrones y langostinos congelados rivalizan en sus reclamos para atraer al cliente: marisco de Mozambique o del Caribe, merluza de Namibia...Es la globalización del mercado de materias primas. Los pescados capturados viajan por aire, ferrocarril y carretera, desde sus orígenes en los bancos marítimos de Africa o América del Sur. Son una riqueza a la venta por los gobiernos del Tercer Mundo, en su mayoría corrompidos. Las langostas dejan de ser crustáceos para traducirse en pura economía: igual que los diamantes, el oro, el uranio, el petróleo, el coltán de los móviles o las reservas de animales salvajes para disfrute de un turismo de lujo, ávido de sensaciones programadas.

No es cuestión de que no haya que comer o privarse del placer de hacerlo (mientras se pueda). Pero, cada año que se repite el rito y a medida que pierde fuelle la autenticidad de las metáforas religiosas vaticanas, más me extraña todo esto: conmemorar el nacimiento del Cristo en un portal a base de banquetes pantagruélicos, donde se escenifica esa tramoya social que se ha dado en llamar técnicamente “calidad de vida”.

Ingentes cantidades de comida y correspondiente bebida son devorados, como mejor manera de celebrar el paradigma religioso de la pobreza. Según la fe, una virtud de la que no habría que avergonzarse. Sin embargo, en el universo cristiano nadie quiere parecer ni humilde, ni pobre. Se finge no serlo tirando la casa por la ventana, aunque sea a pagar luego en cómodos plazos.

Es tal la psicosis colectiva, azuzada por el comercio, que casi nadie puede sustraerse a su influjo, so pena de aparecer como bicho raro o un paria. Los propios gobernantes incitan a los ciudadanos a su grave responsabilidad de consumir, como mejor medida para salir de la cacareada crisis del capitalismo. Llegará un momento en que, aquel que se sustraiga a retratarse ante las cajas registradoras del comercio, será fichado como individuo asocial y potencialmente subversivo.

Se anuncia el peligro de desaparición definitiva para la diversidad de las especies animales y vegetales, pero crece el sinnúmero de mercancias manufacturadas. Hay infinitos estratos de oferta en el templo del mercado. Para que no se resienta la autoestima de aquellos que deben resignarse a comprar cava de burbuja barata, los grandes medios de comunicación contribuyen a crear la atmósfera adecuada. Entre costosos anuncios publicitarios de regalos y cosas así de gran consumo, introducen oportunos reportajes de la miseria asiática o africana.

El mensaje subliminal es que no estamos tan mal, si hay otros que están clavados en la cruz de su evidencia. Están mucho peor en Chiapas, en el Sáhara, en el Congo, en Irak. Incluso en la Palestina que dio a luz las religiones hegemónicas, las que desde entonces dividen violentamente el mundo y a las personas.

He tenido ocasión de ver con mis ojos una de esas escenas que resumen el insulto de la desigualdad en estado puro y brutal, inhumano. Fue en Kasane, en Bostwana. Desde esa población surafricana parten la mayoría de los safaris turísticos organizados, hacia las reservas de animales salvajes del delta del río Okavango.
A un lado de la estrecha calle principal asfaltada para el turismo, la valla metálica de un cuidadísimo campo de golf, donde cuando llegué jugaban unos barrigudos rostros pálidos, huéspedes del lujo de un fastuoso lodge decorado con maderas preciosas como el ébano.
Al otro lado, justo enfrente, imposible no verlo (aunque los orondos golfistas ni lo miraran), un poblado hecho jirones de la más negra de las miserias.
Una familia pudo comer ese día gracias a que nos vendió un pequeño hato de leña seca. Nos dijeron que vender madera era su único recurso económico de supervivencia. La buscaban como podían y la ponían en el suelo de tierra roja delante de su chabola, esperando que algún viajero la comprara. Ningún viajero independiente puede andar por esa parte de Africa sin llevar leña para encender una hoguera de campamento. No hay otro medio de ahuyentar el frío de la intemperie, calentar el alimento y disuadir la presencia de fauna nocturna al acecho de comida. En los safaris a la carta los guías se ocupan de esas cosas.

En definitiva, no por tópico es menos verdad que no es el mismo destino nacer geográficamente en la cara o la cruz de la moneda. Que el azar del nacimiento te deposite en un pesebre de cartón corrrugado o en un palacio indiscutible. Felices Fiestas.
.