El suicidio y los sepulcros blanqueados |
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13/12/2008 |
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Claman al cielo los prebostes de la fe rampante y sus religiosos rebaños cristianoides porque Craig Evert, un británico de 59 años, torturado por un mal neurológico incurable y paralizante, decidió acabar su existencia física con dignidad y rompiendo lanzas a favor de la eutanasia activa. Para ello dejó que un cineasta filmara sus últimos pasos por este mundo y el tránsito que le llevó al más allá. Ya hubo un precedente español similar, el caso Sampedro, reflejado en los fotogramas de la película “Mar Adentro”. Y en la campaña reivindicativa de humanitarismo elemental Que me atienda Montes.
Hay que ser un muy hipócrita o estar muy deforme para escandalizarse por un suicidio individual al tiempo que se es indiferente, cómplice o beneficiario de un modelo de sociedad que perpetra asesinatos en masa diariamente y sin duelo.
Las aguas negras de una arquitectura moral putrefacta inundan la ciénaga definitiva de un cristianismo en plena decadencia. Antes fue el divorcio que disolvía la familia, pero tragaron por las monedas. No es óbice. Así se hunda el mundo en la inmundicia ética, los clérigos se empecinan en su batalla dogmática al aborto, la homosexualidad o el suicidio. Desde siempre la Iglesia se ha negado a dar tierra en sus cementerios a quienes se quitan la vida. Sin embargo, nunca niega su manto sagrado y hasta pasea bajo palio a las alimañas humanas.
Qué lejos estamos de Voltaire. Cuánto de un laicismo redentor de la existencia. El integrismo religioso, sutil o evidente, invade toda nuestra esfera íntima. En nombre del Estado, aconfesional en la teoría pero teológico de sustrato, su moco pegajoso se infiltra en las leyes que limitan o anulan la soberanía de cuánto tiempo y de qué modo queremos vivir o morir. Las mujeres no pueden abortar libremente. Los hombres no pueden anularse cuando quieran de la lista de los vivos.
Las tanatorias instituciones no se comportan como una prolongación jurídica de la lógica, sino como amos tiránicos de nuestras vidas. Siendo como son palancas de una cultura de la muerte, van infligiendo una moralina que secuestra el derecho de las personas a decidir sobre su propio cuerpo.
Hasta qué punto puede una sociedad que se llama civilizada prolongar el sufrimiento atroz de un paciente terminal, al que la ciencia no puede curar, es algo que da náuseas a la razón. En nombre de qué se arrogan las autoridades ese derecho, es algo que no cabe ni en el corazón ni en la cabeza.
Es en el nombre del sacrosanto principio de autoridad. Del control sobre vidas y haciendas. Ellos saben lo que hacen, nosotros somos unos peregrinos sin saber lo que hacemos. Ergo, tienen que protegernos de nosotros mismos. No pueden dejar que nada se les escape, porque acaso tienen miedo de que los perdedores de la historia nos suicidemos todos por contagio; y les dejemos solos, a los triunfantes del oropel, en su paraíso terrenal. Entonces ¿con qué se iban a comparar? Es un axioma de la notoriedad que para que alguien se sienta bien debe haber otros que lo pasen mal. A modo de contraste.
Según la doctrina al uso, en este Valle de Lágrimas no valen los atajos para visitar al Padre que está en los cielos. España es un país de escaso consumo de opiáceos paliativos del dolor. Hay que morir rabiando, hay que soportar todo el dolor del mundo para merecer la paz de los santos. En su ensimismamiento del poder sacramentado, no tienen piedad y olvidan la compasión. Según su Libro, no tienen perdón de Dios.
No les importa: a juzgar por sus actos, adoran al Anticristo.
Quizá, después de todo y a la vista de la realidad circundante, se trate de simple esquizofrenia disfrazada de Orden mesocrático. Incapacidad deliberada de abordar las cosas en su integridad. Un mirar y ejecutar tan solo aquello que viene bien para perpetuar un estilo de vida, mientras se mira pero sin verlo aquello que no interesa para sus fines. Una moneda dividida en cara y cruz. Fomentar el haz y no preocuparse por el envés. Impedir que alguien se mate por su propia cuenta, mientras se fabrican en serie artilugios que siegan vidas de manera ilimitada.
Celebrar el 60 Aniversario de la Declaración de los Derechos de Hombre cuando no se considera oficialmente hombres y se acosa en genocidio sin hábitat a millones de indígenas, repartidos por los cuatro confines del Tercer Mundo.
Instalada como lo está una calamidad feroz, únicamente se quiere tomar en cuenta el índice de la Bolsa y el lujo bendecido como suprema aspiración del alma. Las paralelas legiones de hambrientos, seres prostibularios incluyendo explotación de menores, refugiados del coltán congoleño, saharauis yermos sin tierra, palestinos víctimas mortales de otras víctimas paranoicas por la persecución y el holocausto; bosquimanos expulsados ilegalmente de su ancestral territorio porque debajo del desierto Kalahari hay diamantes; la pena de muerte aún en medio mundo vigente, las embarcaciones que traen a las costas a los nuevo esclavos a veces cadáveres, las mujeres asesinadas en tétrico goteo por los hombres de su elección, la injusticia más cruda campando por doquier, los crímenes de la normalidad, las invasiones militares sin tasa y en nombre del progreso, la mafias inmisericordes, la destrucción sistemática del planeta por un desarrollo insostenible del beneficio como dogma, las lapidaciones del fanatismo islámico...En fin, Guantánamo como ejemplo de respeto a la ley por parte del imperio. Todo eso y más aún no valen, para el Sistema dominante, la importancia mayúscula de una dosis de pentobarbital de sodio. El suicidio voluntario de un hombre señalado por el azar de los dioses y sus dados. |
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