La maldición del coltán de los móviles
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23/12/2007
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Un viejo Antonov panzudo aterriza pesadamente en la pista de tierra. El aeropuerto de Bukavu ha sido improvisado tras desbrozar el matorral de la sabana. Este poblado es un punto estratégico que está enclavado la parte sur del Gran Lago Kivu, en la República del Congo. Al otro lado de estos 2.700 km2 de frontera de agua está Ruanda.
Estos grandes aparatos de carga tuvieron sus días de esplendor en la ex Unión Soviética. Ahora surcan lo cielos africanos transportando cualquier cosa. En sus bodegas no caben los escrúpulos mientras haya alguien que pague. Igual da que sean intrusas carpas del Nilo, pescado causante del desastre ecológico y humano reflejado en el incisivo documental “La pesadilla de Darwin”, que armas con destino a algún señor de la guerra. En esta ocasión el cargamento es coltán.
Este raro mineral es un imprescindible componente, para la fabricación de los microcircuitos, en los teléfonos móviles. En todo el planeta, el coltán tan sólo se encuentra en Australia y en el Congo ex-Zaire. En torno suyo se teje cada dia el entramado de una tenebrosa tragedia africana.
El material que da vida al supremo fetiche tecnológico del siglo XXI rezuma la sangre de los crímenes más horrendos. Niños explotados y eliminados, violaciones constantes, vientres de mujeres embarazadas abiertos en canal. Y toda la demás caprichosa crueldad, por parte de cafres armados hasta los dientes y empapados en alcohol y estupefacientes a su alcance.
Estos ejércitos particulares se financian mediante el control de los yacimientos y la venta del mineral maldito. Por lo regular, se dedican a mantener un estado de guerra permanente contra el gobierno, y a perpetrar todo tipo de abusos contra la población que encuentran a su paso.
Son tales los estragos cometidos por las milicias incontroladas, que ya en 2003 la ONU se vio obligada a decretar el embargo del coltán procedente del Congo. No hay caso. Los negociantes blancos, sobre todo belgas, siguen comerciando en esta zona. Sin grandes problemas.

Ajenos a todo este tejemaneje sanguinolento, la aspiración del resto de los habitantes del mundo es adquirir un móvil de última generación, cuyas tripas son de coltán. Como se puede constatar, por la agresividad de los reclamos publicitarios de las operadoras celulares en liza, la demanda de ese material crece sin parar.
Aparte de los muertos rutinarios y la cotidiana ultraviolencia sexual, en lo que va de año ha habido 400.000 personas desplazadas. Huyendo de la "guerra del coltán", deambulan de un lado otro sin saber a dónde ir. Ya en el genocidio de Ruanda de 1994 tuvo mucho que ver el control de la extracción y el comercio de este mineral estratégico. Como muy bien reflejaron en el cine “Hotel Ruanda” y “Disparando a perros”, el horror consumó su ritual al máximo. Miembros de la etnia hutu, embrutecidos y teledirigidos a distancia, masacraron a 800.000 tutsis y hutus moderados. La mayoría a machetazos.
Una buena parte de los cadáveres aparecían después flotando en la superficie del lago Kivu. Como es habitual, el mundo de las manufacturas miró para otro lado, indiferente. Ya se sabe que, para los industriales y consumidores en general del mundo desarrollado, son mucho más importantes las materias primas que las vidas de un millón de negros. Incluso las de varios millones.
Un periodista francés, Patrick Forestier, ha podido filmar a niños muy jóvenes arrancando el mineral a golpe de pico en Kivu Sur. Luego es preciso convertir los bloques en polvo. Después de lavarlo insistentemente, el coltán queda convertido en guijarros extremadamente densos y de un tono grisáceo. A lomos de hombre son transportados hasta los puntos de venta, donde se pagará a 70 euros el kilo. En el aeropuerto de Bukavu los Antonov cargan y despegan, una y otra vez.
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