Tiempo de tinieblas (buscando una democracia horizontal)
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18/05/2011
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El mundo anda sumido en el marasmo de una profunda crisis económica sin parangón y, lo que es todavía peor, en una quiebra de valores humanistas que impide o enturbia sobremanera la perspectiva de salida airosa de situación. Fue un error fundamental confundir democracia con capitalismo o, si se quiere, identificar al capitalismo con la democracia. La profunda crisis que estamos padeciendo lo demuestra con suficiente rotundidad. La democracia neoliberal es un enfermo terminal al que se suministran cataplasmas de propaganda masiva para distraer a los modernos siervos de la gleba de su lamentable estado. A la par que se la administran frecuentes inyecciones de adrenalina monetaria, para que no cunda el pánico en los mercados de divisas. La incesante e insaciable codicia de los ricos multiplicantes, a la que se añade la corrupción de la clase política profesional, han abocado al desequilibrio generalizado.

Es urgente un cambio radical del modelo de vida. No basta ya con cambios y reformas cosméticos. Es necesaria la rebelión civil contra el control y el despilfarro continuos de lo establecido.

Estamos asomándonos al vacío. No salen las cuentas. Los pescadores de río revuelto de las que ganancias sin tasa no han encontrado mejor recurso que la privatización del esquelético estado del bienestar. Los ciudadanos pagaremos más por menos. Esta es la tónica dominante, decidida por el Estado Mayor financiero para taponar las grietas y continuar manejando a su antojo la provechosa Propiedad.

Al día de hoy y al extremo como están las cosas, solamente es posible la recuperación del pulso y la implantación de la auténtica democracia participativa poniendo en práctica tres premisas: libertad, ecología y justicia social.
Libertad porque nada creativo puede emprenderse desde el miedo y el secuestro de la libre expresión de las ideas.
Ecología porque es preciso frenar la explotación inmisericorde de los recursos naturales de la Tierra, tentando irracional y constantemente la resistencia del único planeta que podemos habitar, y al que estamos convirtiendo en un inmundo basurero.
Justicia social porque resulta a todas luces imposible, salvo emprendiendo genocidios sistemáticos (algo de esto ya hay), sostener una realidad donde, mientras unas minorías acumulan inmensas riquezas, enormes masas de población padecen todas las miserias.

El neoliberalismo o capitalismo neoliberal es una doctrina que, basada en la competición por la producción y el consumo ilimitados como motores de la sociedad, llevan inexorablemente a la destrucción.
Olvidándose de este riesgo, las élites dirigentes del mundo se han endiosado tanto que se divorcian de la realidad; se han alejado sideralmente de la población ciudadana e insisten en la aplicación de fórmulas y métodos manidos con el único fin de mantener sus privilegios de casta. La suya una es una actitud irresponsable y suicida a un plazo no muy lejano. Su apuesta es la supervivencia del planeta con todos sus habitantes dentro. Algo así como un Arca de Noé flotante en el infinito del Universo, con la esperanza puesta en una salvación celestial o esotérica intervención providencial extraterrestre.

A veces es necesario y profiláctico, sano, tener en cuenta los simbolismos que se producen quizá por causalidad. La democracia política nació en Grecia. Su versión neoliberal yace maltrecha y moribunda allí mismo, en la encrucijada de la intervención monetarista actual en Atenas.

Quizá un tragicómico sarcasmo quiera que todo sea circular y que se suceda como el amanecer y el crepúsculo. Ahora es tiempo de tinieblas para un sistema de vida basado en el egoísmo y la religión de la falsedad. Han acabado con la filosofía de los orígenes. Un empecinamiento colosal en las apariencias han convertido la democracia en un montón de cascotes, ruinas semejantes a las de la vieja Acrópolis.

Se defiende el crimen de Estado y se sacraliza la verdad oficial. La policía toma las avenidas del supuesto imperio de la razón. Pero lo cierto es que pretenden imponer como nunca la razón de la fuerza bruta.

Lo cierto es que el ser humano actual dispone del mayor caudal de información científica de toda su historia. Pero sigue siendo incapaz de ser permeable y flexible a la evidencia de un mal paso, con lo cual se niega a sí mismo la posibilidad de enmendar errores. Y, sin embargo, estamos hartos de escuchar que "rectificar es de sabios".
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